El próximo fin de semana 17 y 18
de septiembre de 2016, tendrán lugar en Munera (Albacete) las Primeras Jornadas
de Economía Social y Local del Campo de Montiel. Amablemente la organización me
ha pedido que lleve a cabo la introducción a las mismas reflexionando sobre
elementos relacionados con dicha temática.
El lema “No nos representan” salió
a las plazas y calles de toda España con posterioridad al 15M de 2011. Dos
alternativas se abrían ante dicha negación:
- Dentro del capitalismo (o del
sistema de mercado), utilizar los procesos electorales de nuestras “democracias
limitadas” para cambiar dichos representantes por otros más afines a los
intereses de la mayoría, y a partir de ahí confiar en que dichos representantes
impulsen un cambio institucional para recuperar el Estado del Bienestar.
- Fuera del capitalismo, comenzar
a construir procesos de autogestión de las necesidades y los bienes comunes
bajo los principios de la cooperación y la participación directa de la gente,
al margen de la lógica exclusiva del mercado.
Aunque ambas vías se han transitado
en los últimos años, la primera de ellas ha sido la preferida por la mayor
parte de la ciudadanía, mientras que la segunda apenas si ha sido explorada por
una minoría de la población. Y ello a pesar de que la historia de la humanidad
y del resto de seres vivos sobre el planeta nos remite a formas de organización
donde prima lo comunitario y la ayuda mutua.
La primacía de una organización
social basada en el mercado “autorregulado”, la competencia y la propiedad
privada apenas es un suspiro en la larga trayectoria de la vida humana sobre la
Tierra. Se remonta a finales del siglo XVIII cuando se inicia en Inglaterra la
Revolución Industrial y desde ahí se irradia al resto del mundo.
Tres son los tipos de propiedad
que podemos encontrar en nuestras sociedades: la privada, la pública y la
común. Es muy importante no confundir lo común (poseído y gestionado
directamente por los miembros de una determinada comunidad) con lo público
(propiedad de las diferentes administraciones del Estado y gestionado por el
personal al servicio de éstas).
Es preciso resaltar que a la par
de la evolución del capitalismo se ha producido un cambio en el peso relativo
de las diferentes formas de propiedad y su gestión. Dicho cambio se ha
concretado en un aumento de las formas privadas y públicas (principalmente las
primeras) en detrimento de la propiedad común o comunes. Incluso dentro de la
propiedad pública y de los servicios públicos, en los últimos años se ha
avanzado hacia la prestación de los mismos no de forma directa por parte de las
administraciones públicas competentes, sino a través de la concesión de la
gestión de los mismos a empresas privadas que se rigen por principios de
maximización de beneficios monetarios y no del beneficio social.
Las personas y las comunidades en
las que nos integramos buscamos en todo momento reducir nuestra vulnerabilidad
ante acontecimientos que puedan dificultar nuestra existencia. Así, lo común y
lo social autogestionado, necesariamente ha de tener una escala local, de
pequeña o mediana dimensión, al contrario que la deriva transnacional y
globalizadora del capitalismo financiero, cuyo interés es eliminar las barreras
que puedan limitar el crecimiento continuado del capital industrial y
financiero (UE, CETA, TTIP).
Lo común va más allá de bienes
materiales, e incluye también los valores, las tradiciones, el conocimiento y
la identidad de una comunidad, al margen del estado y el mercado. Los comunes
engloban de manera indisoluble tanto los propios bienes como la comunidad que directamente
los gestiona.
Desde los inicios del capitalismo y la Revolución Industrial se ha
desarrollado una estrategia para desmantelar los bienes comunes mediante su
privatización y traspaso de su gestión al mercado. El cercamiento de las
tierras comunes (enclosures en Inglaterra) fue el primer paso en la
línea de impedir el uso de las mismas a la mayor parte de la población, que
privada así del acceso a medios materiales para su sustento material, se
convierte automáticamente en “ejército de reserva” a disposición de la naciente
industria. Se privatiza y convierte en mercancía lo que antes pertenecía a toda
la comunidad y se gestionaba al margen del mercado.
Los seres humanos somos
cooperadores y empáticos por naturaleza. “Pertenecemos a un mundo vivo
simbiótico, autoorganizado (…) el mundo de la vida es mucho más que egoísmo,
competencia y violencia: podemos desarrollar mucha amistad y cooperación (…) En
contra de lo que parece (…) en la historia de la humanidad lo que ha
prevalecido es la vida en común, los bienes comunales y la autogestión de los
mismos” (Puche, 2013, 13) (1). Hasta que el capitalismo ha inoculado el virus
contagioso de la competitividad a toda costa en todos los órdenes de nuestra
vida, las sociedades humanas han basado su supervivencia en la cooperación y la
ayuda mutua. Y no sólo las sociedades humanas, sino la mayor parte del resto de
seres vivos.
No debería ser necesario colocar
el adjetivo “social” al sustantivo “economía”. Desde antiguo la economía
siempre se entendió como la gestión y el aprovisionamiento de los bienes
necesarios para el hogar, para la comunidad. En Grecia se distinguía entre la
“oikonomía” (oikos = casa, nomos = ley) y la crematística, entendiendo por ésta
última la disciplina orientada al acrecentamiento y acumulación de riquezas.
La economía convencional,
capitalista y de mercado, competitiva, productivista y esquilmante, no tiene
consideración alguna ni a los límites físicos y biológicos de la Madre Tierra,
ni a la igualdad y el respeto entre las personas. Hoy en día, el éxito
económico se mide con el crecimiento de magnitudes monetarias (PIB) y no con la
construcción de sociedades más justas ni con la mejora de la satisfacción de
las necesidades básicas de las personas mediante procesos que queden bajo el
control de las mismas.
Los bienes comunes no han muerto.
Son futuro frente a un mercado inhumano, basado en la primacía de la propiedad
privada (incluso a veces en la propiedad pública), que todo lo compra y lo
vende para mayor gloria de las cuentas de resultados de las grandes
corporaciones. Los bienes comunes sirven a la comunidad, pero muy importante, los
tienen que crear y cuidar las personas.
(1) Puche, Paco (2013): “¿Por qué
cooperamos y por qué no cooperamos?”, en Rebelión,
febrero http://www.rebelion.org/docs/163325.pdf
No hay comentarios:
Publicar un comentario