martes, 18 de febrero de 2014

EL ABISMO DE LA DESIGUALDAD EXPULSA A LA GENTE DE SU TIERRA…EN ESPAÑA Y EN ÁFRICA

Las personas deciden dejar atrás su tierra y sus gentes, bien porque buscan (los menos), bien porque huyen (los más).

La mayor parte de los emigrantes españoles que en los últimos años se están dispersando por todo el mundo, así como los inmigrantes africanos que siguen saltando las vallas en Ceuta y Melilla, están huyendo. Huyen de la escasez de oportunidades para poder desarrollar un proyecto de vida digno. Y los extremos se tocan.

Lo que los jóvenes españoles no encuentran aquí es empleo estable y de calidad, que a través de un salario suficiente les permita seguir subidos al carrusel del trabajo, la producción y el consumismo que definen nuestra sociedad.

Lo que los inmigrantes africanos siguen buscando en Europa son los empleos precarios y duros, que hace unos años ocupaban con casi exclusividad, y que ahora “comparten” con la población autóctona.

Al final, la globalización (¿la actual y última fase del capitalismo?), es encontrar a lo largo y ancho del planeta gente cada vez más pobre que esté dispuesta a vender su fuerza de trabajo a cambio de un salario de miseria.

Los emigrantes españoles y los inmigrantes africanos son la cruz de una moneda trucada, a los que siempre les toca morder el suelo. Aunque no sean conscientes, comparten estrechamente su sino. En el lado opuesto, el gran capital salvaje, sangriento y especulativo, es la cara (dura), siempre arriba, siempre pisoteando.

Las vidas ahogadas en la playa del Tarajal de Ceuta y las vidas frustradas lejos de la tierra que nos vio nacer son el resultado de un capitalismo basado en la esclavitud de las personas y la rapiña destructiva de la naturaleza, que expulsa a pueblos enteros de sus tierras, y/o los condena a la dependencia. Cuando las personas y la naturaleza son simples mercancías, termina la vida y comienza la supervivencia (Jefe Indio Seattle dixit).

Jean Ziegler, relator de la ONU para el derecho a la alimentación, lo decía muy claro hace un tiempo: “A los países (pueblos) pobres, no hay que ayudarles: ¡hay que dejar de robarles!”. Si desde el opulento norte además nos dedicásemos a desmontar este abismo de desigualdad y violencia estructural, así como a apostar por lo comunitario y lo pegado al territorio, las personas no buscarían en tierra extraña lo que tienen aquí al lado.