Existe una analogía reveladora
entre los virus y los mercados. Ambos matan y a la vez se autodestruyen cuando
su codicia se desenfrena.
Los virus sólo pueden
reproducirse infectando a otros seres vivos. Lo hacen como mecanismo de pura supervivencia.
Pero si el virus sobrepasa cierto umbral de infección, terminan con la vida de
quien los “acoge”, y en consecuencia con la suya propia.
Del mismo modo, los mercados de
todo tipo crecen y se hacen hegemónicos colonizando las almas de las personas. La
competencia, la ostentación y el egoísmo son hoy los objetivos prioritarios de los
seres humanos que fabrica el capitalismo, y ello a pesar de que estos mismos
seres hemos llegado hasta aquí tras cientos de miles de años haciendo lo
contrario: cooperando, viviendo de manera sencilla y ayudándonos mutuamente.
La pena de la esclavitud de
nuestra existencia, basada a su vez en la opresión que reparte hambre y guerra,
que roba techos, salud y tierra, que desprecia los saberes populares de comunidades.
Los mercados como altares en los que sacrificamos vidas propias y ajenas,
porque nuestras mentes presas del miedo, no quieren saber de este orden
criminal del mundo, ni de otros mundos donde el respeto a la vida está por
encima de todo lo demás.
Seguro que estamos teniendo mucho
tiempo para pensar en las últimas semanas sobre el sentido y el destino de
nuestras vidas. Para interpretar esta “emergencia” bien como el final de un sistema
que desde hace demasiado tiempo es una pesadilla para todas las formas de vida,
bien como que todo seguirá igual más pronto que tarde. Cada cual tendrá sus
razones, sensaciones o deseos para decantarse por una u otra opción.
“Yo la mascarilla me la pongo en
la cabeza, para que no me peguen el miedo ¡¡que ése sí que es contagioso!!”. Así
rezaba una viñeta de El Roto en los tiempos de la postpandemia financiera de
2008. El miedo a ser libres es el más contagioso de todos.
Si pensamos principalmente en
vender y comprar, tanto nuestra fuerza de trabajo como bienes y servicios, los
mercados nos colonizan. Somos presa del consumo, la producción y lo monetario,
y a la vez extremadamente vulnerables ante cualquier acontecimiento que
cortocircuite este proceso de acumulación, crecimiento y reproducción
hipercentralizado.
Adaptando los “Versos sencillos”
de José Martí, toca echar los mercados del alma y echar nuestra suerte junto a
l@s desposeíd@s y oprimid@s del mundo, cuyas vidas no dependen del dinero, sino
de lazos de fraternidad con la tierra y con sus iguales. Esperándolo todo de manos
francas de amig@s sincer@s, que cultivan rosas blancas en todo tiempo.