martes, 18 de septiembre de 2007

LA MODA DE LOS BIOCOMBUSTIBLES


LA MODA DE LOS BIOCOMBUSTIBLES. SEGUIMOS DESENFOCANDO EL VERDADERO PROBLEMA DE ASIGNACIÓN DE LOS RECURSOS NATURALES

Cuando uno estudiaba primer curso en la Facultad hace 21 años, para definir la Economía, el manual de Samuelson y Nordhaus utilizaba términos como recursos escasos, usos alternativos, producción, distribución y consumo.
Estas fases del proceso económico nos señalan diferentes momentos en que debemos establecer mecanismos para la toma de decisiones que en última instancia deberían llevarnos a mejorar la calidad de vida.
Nuestras sociedades se caracterizan por una amplia regulación pública de la actividad privada de sus miembros, si bien, en lo que toca a la gestión de los recursos naturales energéticos, nos encontramos con que dicha regulación es favorecedora de una doble degradación: la ambiental y la social.
Al hilo del problema del cambio climático, en los últimos tiempos asistimos a propuestas de solución que centran la atención en la utilización de productos agrícolas (maíz, colza, soja, caña de azúcar, cebada) para la producción de los llamados biocombustibles (polémica aparte sobre la denominación correcta de los mismos).
El razonamiento para apoyar este cambio es sencillo. La causa del problema del calentamiento global es el uso masivo del petróleo y el carbón para el transporte de personas y mercancías, la generación de electricidad y otras actividades. La solución que se propone adoptar pasa por cambiar el combustible que alimenta estos procesos. La solución olvidada: incentivar u obligar a modificar las pautas de comportamiento agresivas que están detrás del problema, tanto en lo que se refiere a la movilidad como a otros aspectos de nuestro estilo de vida, de manera que se pudieran reducir sus requerimientos energéticos tanto en términos globales como individuales.
Evidentemente, podemos consolarnos junto con Allan Greenspan (ex-presidente de la Reserva Federal de USA) de que esto de los biocombustibles siempre será mejor que invadir y destruir un país como Irak para asegurarnos su petróleo. Más debemos pensar si la crisis ambiental y el deterioro social de nuestro planeta van a mejorar en algo con esta nueva apuesta.
Respecto al efecto invernadero, se está hablando que la producción de nuevos combustibles tiene un más que dudoso balance energético positivo en algunos casos. Es decir, puede ocurrir que producir una unidad energética de biocombustible suponga un consumo de una cantidad mayor de energía (fósil fundamentalmente) en el todo el proceso productivo. Así, poco o nada conseguimos.
Respecto a la parte social, se van a incrementar los precios de estos productos alimenticios ante la presencia de una nueva demanda adicional, solvente y potente en su poder adquisitivo, reasignando estos productos agrícolas desde el alimento de las personas y el ganado a la alimentación de los motores de explosión de automóviles y camiones. Las alzas que ya están experimentando los precios de alimentos básicos como la leche y el pan van a ser mucho más duras de soportar por quienes no tienen casi nada.
José Luis Sampedro, en un libro-cómic titulado El mercado y nosotros (Penthalon Ediciones), en la ilustración que aparece arriba, explica con absoluta lucidez la tragedia que se esconde detrás de nuestras pautas de consumo energético y de alimentos. Como el mercado, a diferencia de los humanos, nunca se equivoca (es decir, no es nada humano), lo mejor será prescindir de él a la hora de intentar alcanzar objetivos especialmente sensibles como los que nos ocupan, y dejar su lógica arrolladora para otros experimentos. Propongo disolver la Organización Mundial del Comercio y en su lugar sustituirla por millones de Organizaciones Territoriales Autárquicas en lo que toca a la soberanía alimentaria y de otros bienes básicos, con un objetivo único antiliberalizador: el respeto al medio ambiente y los derechos humanos.

miércoles, 12 de septiembre de 2007

EN LA ERA DE LA GLOBALIZACIÓN ECONÓMICO-FINANCIERA, ¿MERECE LA PENA SEGUIR MILITANDO ACTIVAMENTE EN UN PARTIDO POLÍTICO?

Nos encontramos ante un orden mundial que llamamos globalizado y que tenemos que describir con calificativos como injusto, polarizado en lo social, insensible al sufrimiento humano, egocéntrico, bélico y destructivo.
Llevo 12 años simpatizando con el PSOE y 8 años afiliado al mismo, participando de sus inquietudes y movilizaciones con el fin de mejorar nuestra sociedad.
Muchas personas reflexionamos día a día sobre cuál es la plataforma comunitaria, asociación o colectivo más adecuado para dedicar nuestro esfuerzo en pos de llevar a cabo iniciativas que hagan de nuestro entorno local y global un lugar más agradable para la vida.
Y aunque sabemos que la tarea es ardua y que las cosas no cambian de la noche a la mañana, tampoco estamos dispuestos a perder energías en experiencias de participación ciudadana que en nada transforman nuestro mundo, es más, que incluso a veces ayudan a mantener y consolidar el statu quo existente.
Cada vez más se extiende el sentir de que organizaciones sociales históricas como partidos políticos y sindicatos, que en los últimos dos siglos han sido claves para la consecución de derechos sociales, económicos y políticos para todos, en los últimos tiempos se están convirtiendo en instrumentos al servicio de los verdaderos poderes fácticos (el gran capital transnacional que devora el mundo). La apatía de la gente por los acontecimientos políticos y comunitarios, así como la baja participación ciudadana en las elecciones se interpretan en esta clave.
Así, ante ello, caben dos posturas:
1) Seguir militando activamente en los partidos políticos pero incentivando, desde dentro y desde la base, cambios en su funcionamiento, que los hagan más democráticos internamente, preocupados de verdad por los grandes problemas de la humanidad (la pobreza, el deterioro ambiental, las guerras). Es decir, seguir en los partidos pero para impulsar alternativas radicales que puedan llegar a convertirse en mayoritarias en el seno de los mismos.
2) Salir de los partidos políticos (o seguir en ellos vegetando) porque entendamos que lo expuesto en el punto anterior es una quimera absoluta (ni siquiera una utopía), de ahí que lleguemos al convencimiento de que el otro mundo posible que queremos hay que construirlo desde otras plataformas de participación ciudadana distintas a los partidos.

Uno, que en los últimos tiempos ha meditado bastante sobre estas dos posibilidades, tiene argumentos para apoyar cualquiera de ellas. A continuación los voy a exponer brevemente.

HAY QUE SEGUIR
- A pesar de todo, podemos consolarnos con la creencia de que militando en partidos políticos hacemos lo correcto, tanto por la afinidad que podemos tener con sus principios ideológicos como por el conjunto humano que conforman sus hombres y mujeres.
- Porque debemos luchar por conseguir partidos políticos frescos, que nos sorprendan, que nos cuestionen, que nos provoquen…tanto para desenmascarar la sumisión de nosotros mismos como la de los demás. Que favorezcan la participación desde la libertad, que sacudan las conciencias, y no premien la obediencia ciega ni el mirar hacia otro lado. La provocación leal y sincera no debe ser molesta para nadie, y menos para dirigentes políticos de izquierdas. Los partidos no deberían trabajar para domesticar a sus militantes, simpatizantes y resto de la sociedad, sino para darles alas y todo el protagonismo que merecen, y que desgraciadamente ahora no tienen.
- Porque debemos luchar por tener partidos radiantes, que más que enseñarnos, nos muestren una forma de ser y actuar, que nos inspiren y nos sugieran para transformar las estructuras de nuestra sociedad.
- Porque salir se me antoja cobarde. No es vano el esfuerzo que hacemos de trasladar nuestros puntos de vista a nuestro partido y de proponer alternativas de personas y de mecanismos de funcionamiento. De lo contrario, quienes ahora tienen el control orgánico del partido podrían creer que están haciendo las cosas correctamente por el mero hecho de que nadie internamente les critica nada: “El que calla otorga, o no tiene nada que ofrecer”.
- En todo caso, seguir requiere organizarse en torno a alternativas para próximos procesos congresuales, aunque ello pusiera nerviosos a quienes dentro del organigrama del partido defienden y se benefician de la actual forma de hacer las cosas, acostumbrados en las elecciones orgánicas a candidaturas únicas que son apoyadas por más del 95% de los votos.
- Porque hay que luchar por la utilización del sistema de listas abiertas para elecciones orgánicas y políticas. El sistema de votación y elaboración de listas que utiliza una formación política no es un fin en sí mismo, sino un instrumento que le debe ayudar a hacer más creíble su discurso hacia la sociedad y a reforzar su estructura interna. Así, si un partido es firme defensor de los valores democráticos e igualitarios, debería apostar por las listas abiertas que permiten una mayor representatividad de las candidaturas elegidas al evitar las listas monocolor y fortalecer aspectos fundamentales de una organización política como son el debate interno y la negociación entre iguales. Hay que pasar de la obediencia ciega a los líderes del partido (que con frecuencia llega a convertirse en culto a la persona), a la lealtad absoluta a los principios del partido y a sus dirigentes, pero antes que a ellos, a sus bases.

HAY QUE SALIR
- Porque existe un férreo control interno en los partidos, a todos los niveles, que ahoga cualquier intento de cambio desde dentro, primando la autocomplacencia y los intereses personales. Hay dos principios de funcionamiento de los partidos que en mi opinión están detrás de su pobre espíritu crítico y abierto a la participación, que a su vez, hace que se alejen de sus bases y de la sociedad en la que están inmersos:
a) La utilización del sistema de listas cerradas para designar cargos orgánicos y políticos.
b) El nulo trabajo (absolutamente nulo) que hacen los partidos en lo que respecta a difundir en cercanía, en las agrupaciones y asociaciones de nuestros pueblos, las políticas que se están definiendo y poniendo en práctica en este país, provincia y región, así como para conocer de primera mano las preocupaciones de la gente.
- Porque cada vez más los partidos se apoyan descaradamente y/o son rehenes de los poderes fácticos (económicos, medios de comunicación), que a diferencia de los militantes y simpatizantes, exigen a cambio favores en forma de políticas públicas que les beneficien por acción u omisión.
- Porque en definitiva, en nuestro mundo ya no gobiernan los políticos y los partidos que los apoyan, sino los poderes económicos transnacionales. De ahí que seguir militando en partidos para intentar afectar el orden establecido en los niveles regional, nacional y mundial sea una auténtica equivocación. Otra cosa distinta es en el ámbito local, donde dependiendo de su estructura y talante, los partidos políticos pueden seguir siendo organizaciones muy válidas para canalizar las voluntades democráticas de las personas y plasmarlas luego en políticas públicas.