lunes, 17 de noviembre de 2008

CUMBRE DE WASHINGTON DEL G-20: PARA QUE SIGA EL JUEGO

El pasado sábado vio la luz la Declaración Final de la Cumbre de Washington que el grupo de países G-20 celebró en la capital del imperio. A continuación hago unos comentarios a la parte de los Principios de dicha Declaración. En lo que respecta al Plan de Acción, además de ser sumamente denso, requerirá observar cómo se va concretando en la práctica para poder hacer un análisis más pormenorizado, si bien, de entrada, cabría ponerle la coletilla de “Plan de Acción para no culpar a nadie y para no echar a nadie del casino financiero”, que es lo mismo que decir “para que siga el juego”.

En la Declaración Final se sigue planteando el objetivo de restaurar el crecimiento económico en los términos en que lo ha entendido el sistema capitalista durante el último siglo, supone no considerar como un problema el agotamiento de los recursos naturales y el aumento de los niveles de contaminación que están poniendo en peligro la continuidad de la vida sobre el planeta. Desarrollar conceptos emergentes como el “decrecimiento” y “la satisfacción austera de las necesidades básicas” nos permitiría a la vez conectar la conservación del medio ambiente con la reducción efectiva de la pobreza. Además, hablar sólo de reformas en los sistemas financieros mundiales, implica que se vuelvan a dejar tiradas en la cuneta reformas más urgentes si cabe, tales como los movimientos de personas (migraciones), el comercio internacional de alimentos (soberanía alimentaria) y la política energética (energías renovables).

Continua poniendo como guía los principios del mercado (suponemos que el libre, claro), ese que elimina obstáculos al comercio y la inversión, es seguir confiando en uno de los pilares básicos del neoliberalismo que ha conducido en los últimos 30 años a aumentar las desigualdades entre los diferentes pueblos de la Tierra y a aumentar los procesos de rapiña y expolio del Sur dirigidos desde los gobiernos y multinacionales del Norte. Ese no es el camino para la pretendida reducción de la pobreza.

No estaría mal que la Declaración hubiera sido algo más explícita cuando afirma que se han llevado a cabo “unas políticas macroeconómicas incoherentes e insuficientemente coordinadas y unas reformas estructurales inadecuadas que han llevado a unos resultados macroeconómicos insostenibles a escala global”. La cita entrecomillada es absolutamente demoledora y pone en cuestión todo el marco institucional y de política económica seguido en los últimos tiempos, y se deja ahí, como caída del cielo. Es como decir, “la crisis se debe a que hemos hecho todo mal”…y tan panchos.

Cuando se afirma que van a mantener los esfuerzos para estabilizar el sistema financiero, no estaría mal que se explicitara si con recursos públicos a fondo perdido o de acuerdo con el principio de “quien se equivoca” paga (desembolsa privadamente los costes, igual que en su día se embolsó los beneficios a título individual).

También se apela a la política monetaria para salir del atolladero. Quedando en el aire el matiz de si política monetaria contractiva (aumento del tipo de interés) para luchar contra la inflación y ahogar a las familias y a las PYMES; o la política monetaria expansiva (reducción del tipo de interés) para dar oxígeno a los agentes económicos más desprotegidos. En Europa, esta última política se ha comenzado a instrumentar con más de un año de retraso respecto al estallido de la crisis de las hipotecas subprime en Estados Unidos, favoreciendo así una crisis de la economía real de mayor profundidad.

Se afirma la conveniencia de recurrir a medidas fiscales para estimular las demandas internas en un marco político de sostenibilidad fiscal. Y eso no es otra cosa que la cuadratura del círculo. Por un lado, se propone la reducción de impuestos (sin señalar de dónde, para despistar más); por otro, aunque no se dice, será preciso un mayor gasto público para atender los subsidios de desempleo; y por último, la actividad económica retrocede por que ya se ha entrado en recesión (crecimiento económico negativo), con lo que los ingresos fiscales se reducirán aunque se mantuvieran los tipos impositivos. ¿Cómo se piensa obtener la sostenibilidad fiscal (el equilibrio presupuestario)? ¿Por qué no se habla abiertamente de incurrir en déficit público para financiar gastos sociales destinados a los colectivos más desfavorecidos?.

En general, seguir confiando en el FMI y el Banco Mundial para superar una crisis que estos propios organismos han contribuido a gestar y a hacer más dura en los países empobrecidos es, utilizando el símil, como poner de bombero a quien hasta ahora a metido broza seca en todos los rincones de la economía mundial y ha mirado a otro lado cuando las chispas de la especulación lo han incendiado todo. Liquidemos estos organismos y creemos otros nuevos sobre las bases de la igualdad y la democracia de todos los pueblos del mundo. El nuevo orden mundial que hay que definir no debe basarse en los cimientos del actual, sino sobre sus cenizas.

Se sigue hablando de apoyar la innovación en los mercados financieros, y esto tiene mucho peligro. Si por algo se ha caracterizado todo el período de primacía neoliberal en la economía mundial ha sido por una innovación desbocada, llegando a extremos en los que se hace muy difícil de entender y gestionar productos financieros que están concebidos más para la especulación que para la financiación de la economía real. Poner coto a esta situación implica “frenar” dicho proceso de innovación y regular férreamente los tipos y características de dichos productos, para que todo el mundo sepa de qué estamos hablando.

Sobre la denuncia y supresión de los paraísos fiscales, nada o casi nada, a pesar de que son verdaderos instrumentos financieros al servicio de actividades delictivas de lo más variadas (evasión de impuestos, narcotráfico, contrabando de armas, tráfico de personas, terrorismo).

Para concluir, se afirma que las reformas que están por venir deben basarse en “el libre mercado, la propiedad privada, el comercio y las inversiones libres en mercados competitivos”. Y es que, esta contundencia dice a las claras el alcance y la profundidad de los cambios que se avecinan, es decir, maquillaje puro. Si partimos de que el libre mercado competitivo sólo existe en los manuales de Economía que se imparten (todavía) en las Facultades donde aprenden los/as economistas y gestores/as de empresas del futuro, lo que toca es acercarnos a la realidad, que es mucho más compleja en matices, y desenmascarar cómo las relaciones comerciales, inversiones productivas y/o especulativas y guerras “humanitarias y preventivas” están detrás de que cada vez haya una mayor parte de la humanidad sumida en la desesperación de la pobreza y la violencia. Por mucho que se empeñe el presidente saliente de USA en despedirse con un discurso propio de los laboratorios de ideas (think tank) neocón, el futuro debe abrir puertas a otras formas de organización social, política y económica.

Y respecto al papel de la Organización Mundial de Comercio (OMC), más de lo mismo. En vez de reconocer los efectos perversos de la liberalización comercial en muchos aspectos que tienen que ver con la satisfacción de las necesidades básicas, el deterioro ambiental del planeta y el empobrecimiento de amplias áreas marginales del mundo, se corre un tupido velo y se reafirma el compromiso para cerrar la ronda de negociaciones de Doha que quedó varada en la arena, entre otros motivos, por su cerrazón para no considerar el carácter prioritario del derecho a la alimentación (soberanía alimentaria) sobre aspectos instrumentales como la liberalización comercial. En materias que tocan a derechos humanos básicos, olvidémonos del mercado y garanticemos su cumplimiento mediante mecanismos públicos que operen con criterios de justicia.

En definitiva, otra ocasión perdida para hacer creíbles los Objetivos de Desarrollo del Milenio de Naciones Unidas, tanto en lo que toca al desmantelamiento de todo el marco institucional mundial que divide a la humanidad por un profundo abismo (que por el contrario, queda reforzado), como por su nula concreción en apoyos financieros para acelerar su consecución (al contrario de los inmediatos y desbordantes fondos que se han destinado en los últimos meses a impedir las pérdidas de las entidades financieras que han jugado en el casino financiero).

Hay una frase de la Declaración que no tiene desperdicio. Dice que el objetivo último de las reformas que están por venir es “lograr restablecer la estabilidad y la prosperidad en la economía mundial”, a la que habría que añadir la siguiente coletilla para que nadie se llame a engaño: “entendiendo como tales la estabilidad de la mayoría pobre como base para la prosperidad de minoría que se enriquece gracias a su poder militar y monetario”. La palabra restablecer no deja lugar a dudas: “volver a establecer algo o ponerlo en el estado que antes tenía”. No queda tan rimbombante como “refundar”, pero significa lo mismo.

viernes, 7 de noviembre de 2008

TRAS EL ESPEJO DE LOS DESEOS...OJALÁ

Esta vez traemos un breve texto que Eduardo Galeano ha escrito para dar contenido a los deseos de paz y justicia en un mundo corroído por la guerra y la opresión. Como siempre, fino, humano y certero. Se puede ver aquí también en la página web rebelion.org.
OJALÁ
Eduardo Galeano
¿Obama probará, desde el gobierno, que sus amenazas guerreras contra Irán y Pakistán fueron no más que palabras, proclamadas para seducir oídos difíciles durante la campaña electoral?
Ojalá. Y ojalá no caiga ni por un momento en la tentación de repetir las hazañas de George W. Bush. Al fin y al cabo, Obama tuvo la dignidad de votar contra la guerra de Irak, mientras el Partido Demócrata y el Partido Republicano ovacionaban el anuncio de esa carnicería.
Durante su campaña, la palabra leadership fue la más repetida en los discursos de Obama. Durante su gobierno, ¿continuará creyendo que su país ha sido elegido para salvar el mundo, tóxica idea que comparte con casi todos sus colegas? ¿Seguirá insistiendo en el liderazgo mundial de los Estados Unidos y su mesiánica misión de mando?
Ojalá esta crisis actual, que está sacudiendo los cimientos imperiales, sirva al menos para dar un baño de realismo y de humildad a este gobierno que comienza.
¿Obama aceptará que el racismo sea normal cuando se ejerce contra los países que su país invade? ¿No es racismo contar uno por uno los muertos invasores en Irak y olímpicamente ignorar los muchísimos muertos en la población invadida? ¿No es racista este mundo donde hay ciudadanos de primera, segunda y tercera categoría, y muertos de primera, segunda y tercera?
La victoria de Obama fue universalmente celebrada como una batalla ganada contra el racismo. Ojalá él asuma, desde sus actos de gobierno, esa hermosa responsabilidad.
¿El gobierno de Obama confirmará, una vez más, que el Partido Demócrata y el Partido Republicano son dos nombres de un mismo partido?
Ojalá la voluntad de cambio, que estas elecciones han consagrado, sea más que una promesa y más que una esperanza. Ojalá el nuevo gobierno tenga el coraje de romper con esa tradición del partido único, disfrazado de dos que a la hora de la verdad hacen más o menos lo mismo aunque simulen que se pelean.
¿Obama cumplirá su promesa de cerrar la siniestra cárcel de Guantánamo?
Ojalá, y ojalá acabe con el siniestro bloqueo de Cuba.
¿Obama seguirá creyendo que está muy bien que un muro evite que los mexicanos atraviesen la frontera, mientras el dinero pasa sin que nadie le pida pasaporte?
Durante la campaña electoral, Obama nunca enfrentó con franqueza el tema de la inmigración. Ojalá a partir de ahora, cuando ya no corre el peligro de espantar votos, pueda y quiera acabar con ese muro, mucho más largo y bochornoso que el Muro de Berlín, y con todos los muros que violan el derecho a la libre circulación de las personas.
¿Obama, que con tanto entusiasmo apoyó el reciente regalito de setecientos cincuenta mil millones de dólares a los banqueros, gobernará, como es costumbre, para socializar las pérdidas y para privatizar las ganancias?
Me temo que sí, pero ojalá que no.
¿Obama firmará y cumplirá el compromiso de Kyoto, o seguirá otorgando el privilegio de la impunidad a la nación más envenenadora del planeta? ¿Gobernará para los autos o para la gente? ¿Podrá cambiar el rumbo asesino de un modo de vida de pocos que se rifan el destino de todos?
Me temo que no, pero ojalá que sí.
¿Obama, primer presidente negro de la historia de los Estados Unidos, llevará a la práctica el sueño de Martin Luther King o la pesadilla de Condoleezza Rice?
Esta Casa Blanca, que ahora es su casa, fue construida por esclavos negros. Ojalá no lo olvide, nunca.

lunes, 3 de noviembre de 2008

MIENTEN CUANDO DICEN QUE NADIE ADVIRTIÓ DE LA CRISIS ACTUAL

Reiteradamente, responsables políticos y económicos afirman que la crisis que nos toca vivir era absolutamente impredecible y por lo tanto, imposible anticiparse a la misma.

Os invito a leer el siguiente artículo de José Manuel Naredo para desmitificar y desenmascarar. Clarito, preciso y fundamentado, como sólo Naredo sabe hacer.
Además, en internet lo podéis encontrar en Sin Permiso (02-11-2008) y Público (31-10-2008)

LA BURBUJA Y SUS CÓMPLICES

José Manuel Naredo


La larga duración de la fase alcista del presente ciclo inmobiliario indujo a la población a habituarse a ella como si de algo normal y permanente se tratara. Los diez años de auge crearon hábitos de vida y de negocio muy arraigados. Se presuponía que la continuidad de las subidas de precios de los inmuebles haría siempre interesante su compra, aunque fuera a crédito, reforzando la presión compradora que hacía realidad las revalorizaciones previstas. Sobre estas bases se desarrolló a sus anchas la espiral de revalorizaciones y compras, cada vez más apalancadas con créditos, que caracteriza a las llamadas burbujas bursátiles o inmobiliarias.

Pero la experiencia demuestra que ni los árboles pueden crecer hasta el cielo, ni el auge puede ser permanente, porque genera desequilibrios que en algún momento lo hacen declinar, normalmente, por un estrangulamiento financiero que acaba cortando la mencionada espiral y haciendo que los promotores y compradores más endeudados sufran las consecuencias. Así, desde hace más de un lustro he venido advirtiendo que "cuanto más se prolongue la burbuja inmobiliario-constructiva actual, más inquietantes pueden ser sus resultados, habida cuenta del peso anormalmente alto que tienen los activos [y el endeudamiento] inmobiliarios en el patrimonio de los hogares". Pues, a mi juicio, lo más fácil era prever el desenlace crítico al que conducía el auge inmobiliario; lo verdaderamente difícil era imaginar que el auge podía llegar hasta donde ha llegado, al disponer la economía española –amparada en el euro— de una financiación externa tan inusualmente copiosa y barata. Pero esa misma financiación externa que prolongó tanto el auge fue la que, a la postre, lo acabó estrangulando. Pues España, al erigirse en líder del auge inmobiliario, acabó erigiéndose también en líder del riesgo inmobiliario y desanimando dicha financiación.

Hace ya más de un año, tras constatar en un estudio que la exposición de la economía española al riesgo inmobiliario superaba en todos los aspectos al de los otros países de nuestro entorno, incluido EEUU, concluíamos diciendo que "la suerte ya estaba echada": no cabía evitar la crisis, solo gestionarla lo mejor posible. Pero nada se hizo, y esta gestión resulta hoy más difícil cuando, como preveíamos, el superávit presupuestario se ha desinflado con una rapidez pasmosa sin que antes se hubiera orientado a promover un relevo de actividades que de momento no se vislumbra. Si a esto añadimos que la política económica, al no poder devaluar la moneda, no cuenta ya con este medio tradicional de hacer que la economía española recupere posiciones competitivas que faciliten el relanzamiento de su actividad exportadora, concluíamos que todo "hacía presagiar un estancamiento de larga duración".

Debería ser responsabilidad de gobiernos y analistas evitar con medidas y advertencias que las burbujas alcancen dimensiones que se revelan social y económicamente amenazantes. Pero en España no han predominado la prudencia y la finura en las políticas ni en los pronósticos: los gobiernos han sido tan irresponsables, como raros los analistas que hemos venido advirtiendo desde hace tiempo sobre los peligros del evidente desenlace del ciclo. Como botón de muestra de ambas irresponsabilidades resulta a la vez sorprendente y penoso escuchar a todo un ministro de Economía confesar que la crisis le había pillado desprevenido, haciendo gala ya sea de un cinismo a prueba de bomba o –no se sabe qué es peor– de una incompetencia supina.

En mi opinión, los fallos no han venido tanto de errores de diagnóstico, como de la censura implícita que impedía comunicar que se creía que podía crear "alarma social". Pues me resisto a creer que cualquier analista mínimamente experimentado no supiera que el pulso de la coyuntura económica acostumbra a ser cíclico y que la magnitud del auge y de los desequilibrios originados presagian la magnitud del declive. Y me consta que, entre los economistas más próximos al poder político y/o empresarial, estaba mal visto reconocer públicamente la propia existencia de la burbuja inmobiliaria como no fuera para afirmar, a modo de mantra o conjuro repetitivo, que el "aterrizaje sería suave" a fin de no desanimar a los compradores de inmuebles, ni siquiera en la fase final y más comprometida del ciclo. Así, ni los avisos esporádicos del Banco de España, ni los trabajos de algunos analistas aislados pudieron romper el coro de complacencia entonado por los profesionales, empresarios y políticos de un sector y de un país que acostumbran a premiar la obediencia servil y a despreciar la inteligencia.

Pero la coyuntura económica no se controla con campañas de imagen que nieguen la crisis, ensalcen la solidez de la economía española y refuercen la confianza de los inversores, cuando las cifras dicen todo lo contrario, pues estas mandan más que las campañas. Si la capacidad de financiación de los hogares ya está exhausta de tanto "invertir en ladrillos", si la inversión extranjera en inmuebles ya empezó a decaer hace cuatro años y si ya no se puede obtener, como antes, en el exterior financiación barata y abundante, no hay campañas de imagen que valgan.

La gran irresponsabilidad de los gobiernos no solo estriba en haber negado o soslayado la burbuja inmobiliaria, sino en haberla seguido alimentando hasta el final con potentes desgravaciones fiscales y ocultaciones consentidas de plusvalías, que desembocaron en casos tan sonados como el de Marbella, forzando así el lamentable monocultivo inmobiliario de este país. Todo ello cuando deberían de haberla identificado y gestionado desde hace tiempo para evitar un desenlace tan poco recomendable como al que estamos asistiendo. Situación que además pide a gritos el cambio del actual modelo inmobiliario que, para colmo, nuestros "avanzados" políticos ni siquiera se han planteado.

El gran error político del presidente Zapatero fue, en suma, no tomar conciencia y ni plantear con claridad el horizonte de crisis al que llevaba el auge inmobiliario e iniciar su controlada reconversión cuando ganó sus primeras elecciones, hace ya cinco años. Entonces sí que hubiera sido posible planificar con tiempo el añorado "aterrizaje suave" y la necesaria reconversión "del sector". También entonces hubiera podido culpar a quienes le precedieron de la comprometida situación a la que se veía abocada la economía española. Habría podido esquivar, entonces, la burbuja que le acabó explotando en la cara. Con el agravante de que, al hacer suyo el "España va bien" de Aznar, dio pie a que ahora lo señalen como culpable.