miércoles, 6 de noviembre de 2013

El mito del crecimiento (y III): nuevas vías para una nueva Europa

La organización de este curso ha pedido expresamente a los ponentes que aportemos una visión creativa sobre los antídotos que permitirían a la Unión Europea recobrar sus utopías y objetivos humanistas fundacionales que permitieran redirigir su rumbo y de paso reconciliarse con una ciudadanía que, en esta prolongada y profunda crisis, tiene cada vez más dificultades para identificar aspectos positivos de la integración europea. En concreto nos pedía ideas, críticas, sugerencias, denuncias, reflexiones sobre cómo relanzar el proyecto europeo y liderar una nueva etapa en la civilización humana basada en la solidaridad, la cooperación, la democracia, la justicia social y la salvaguarda del medio ambiente.
Esto es justamente lo que voy a hacer en esta última parte de la ponencia.
                      
“Para ir hacia la metamorfosis, es preciso cambiar de vía (…) ¿Cómo?. Todo empieza siempre con una iniciativa, una innovación, un nuevo mensaje inconformista y marginal, que muchas veces sus contemporáneos no perciben (…) En nuestra época debería fraguarse un replanteamiento, más profundo, incluso, que el del Renacimiento. Hay que repensarlo todo. Debemos volver a empezar. De hecho, todo ha empezado ya, pero sin que lo advirtamos. Estamos en el estadio de unos preliminares modestos, invisibles, marginales y dispersos. Ya existen, en todos los continentes y en todas las naciones, una efervescencia creativa, una multitud de iniciativas locales que avanzan en el sentido de la regeneración económica, social, política, cognitiva, educativa, étnica o existencial. Pero todo lo que debería estar relacionado se encuentra disperso, separado, compartimentado. Estas iniciativas no están relacionadas entre sí, ninguna administración las tiene censadas, ningún partido toma nota de ellas. Pero son la cantera del futuro. Se trata de reconocerlas, de censarlas, de cotejarlas, de incluirlas en un repertorio, para abrir, así, una pluralidad de caminos reformadores. Son vías múltiples que, desarrollándose conjuntamente, podrán conjugarse para formar la nueva Vía, que descompondrá la que estamos siguiendo y nos dirigirá hacia la metamorfosis, todavía invisible e inconcebible. La salvación ha empezado por la base” (Morin, 2011, 33-34).
A lo largo y ancho del mundo existen experiencias transformadoras que atacan a la raíz del capitalismo salvaje que lo envuelve todo. Cada una de ellas marca sus tiempos, por lo que no cabe esperar una explosión de todas ellas a la vez. Hay que empezar a vivir y organizarse de otra manera más cooperativa, comenzar la transformación y estar preparados ante un cambio brusco que pudiera precipitarse en medio del colapso social y ambiental hacia el que nos dirigimos.
¿Es posible afrontar una “transición ordenada” desde el actual desorden económico internacional hacia un nuevo marco de relaciones humanas basado en la cooperación entre los diferentes pueblos y comunidades de la Tierra? Es preciso intentarlo, desde ya. Aún a sabiendas de que el impulso de dicha transición no cabe esperarla de la mano de las actuales megaestructuras estatales y empresariales, que hoy por hoy forman el tándem perfecto para seguir apuntalando el capitalismo del shock y de la rapiña. Toca afrontar un cambio de civilización, y la UE puede apostar por él o aferrarse a la desesperanza que actualmente todo lo envuelve.
Europa sigue viviendo, Consejo tras Consejo, en la creencia de que no hay alternativas a sus dogmas neoliberales, economicistas y elitistas. Como mucho, llega a reconocer a rebufo del FMI que su política frente a la actual crisis es inhumana y que no sirve para impulsar la recuperación económica y social, pero a la hora de tomar decisiones no hace lo más mínimo por experimentar otras soluciones, y se obceca en posturas inmovilistas.
No le vendría mal a la Unión Europea leer a Edgar Morin (2011, 44-45) cuando señala que:
“La clase política se contenta con informes de expertos, estadísticas y sondeos. Ya no tiene un pensamiento. Ya no tiene cultura (…) Ignora las ciencias humanas. Ignora los métodos que serían aptos para concebir y tratar la complejidad del mundo, para vincular lo local con lo global, lo particular con lo general. Privada del pensamiento, la política va a remolque de la economía (…) Ésta cree resolver los problemas políticos y humanos mediante la competencia, la desregularización, el crecimiento, el aumento del PIB y, en caso de crisis, el rigor, es decir, los sacrificios impuestos a los pueblos. Y al igual que la lechuza huye del sol, la clase política rehúye cualquier pensamiento que pueda iluminar los cambios del bien común”.
Planteando la interrogante disyuntiva entre “¿Democracia y capitalismo?”, Boaventura de Sousa Santos (2013) afirma que “El capitalismo sólo se siente seguro si es gobernado por quien tiene capital o se identifica con sus necesidades, mientras que la democracia, por el contrario, es el Gobierno de las mayorías que ni tienen capital ni razones para identificarse con las necesidades del capitalismo. El conflicto es distributivo: un pulso entre la acumulación y concentración de la riqueza por parte de los capitalistas y la reivindicación de la redistribución de la riqueza por parte de los trabajadores y sus familias. La burguesía ha tenido siempre pavor a que las mayorías pobres tomasen el poder y ha usado el poder político que las revoluciones del siglo XIX le otorgaron para impedir que eso ocurriese. Ha concebido la democracia liberal como el modo de garantizar eso mismo a través de medidas que pudieran cambiar en el tiempo, pero manteniendo el objetivo”.
Así, corresponde a la UE reinventarse, sustituyendo los actuales principios de centralización, jerarquía y especialización por los de descentralización, horizontalidad y globalidad. Ello permitiría otorgar el poder a la ciudadanía que lo ejercería de abajo hacia arriba, partiendo de las comunidades locales como núcleo fundamental de organización social, política y económica, que en su actividad diaria puede relacionarse en condiciones de igualdad con otras instancias territoriales más amplias. Algo en todo caso muy distinto al actual esquema de arriba abajo que prima en las relaciones entre la UE y el resto de administraciones públicas. Hay una frase en el argot político que simboliza a la perfección unas relaciones políticas marcadas por la jerarquía y la dependencia: “Esta política que aplicamos nos viene impuesta por Bruselas”. Así, una administración pública (la UE) que debiera relacionarse en un plano de igualdad con las restantes, aparece la mayoría de las veces como una suerte de oráculo que marca el camino a seguir, frente al cual no cabe el debate argumentado de ideas. Aquí es cuando los famosos “hombres/mujeres de negro” de la troika se convierten en simples brazos ejecutores del gran capital, que como apisonadoras son capaces incluso de desmontar un referéndum popular (máxima expresión de la soberanía del pueblo) cuando un país de la periferia de la zona euro se plantea llevarlo a cabo para conocer la opinión de sus ciudadanos/as respecto a las políticas más convenientes a aplicar.
Europa ha sido la cuna de la democracia y del humanismo, pero también del capitalismo imperialista que esclaviza a sus propios ciudadanos/as y a los de otros pueblos. El futuro, o será de esperanza para toda la humanidad, o será de angustia y precariedad tanto para opresores como para oprimidos….
“La política de la humanidad implicaría superar la idea de desarrollo, incluso de desarrollo sostenible (que hemos comentado anteriormente), y, en consecuencia, rechazar la idea de subdesarrollo. Calificamos de subdesarrolladas a unas culturas que poseen conocimientos, técnicas (médicas, por ejemplo), sabidurías y artes de vivir a menudo ausentes o desaparecidos entre nosotros; entrañan riquezas culturales, incluyendo sus religiones de bellas mitologías, que, en algunos casos, no participan de los fanatismos de las grandes religiones monoteístas, sino que preservan la continuidad de los linajes a través del culto a los antepasados, mantienen una ética comunitaria y una relación de integración con la naturaleza y el cosmos. No se trata aquí de idealizar las sociedades tradicionales, que tienen sus carencias, su cerrazón, sus injusticias y sus autoritarismos. Hay que considerar sus ambivalencias, y, por lo tanto, ver también sus cualidades. Por otro lado, debemos tener en cuenta todas las contradicciones del desarrollo y promover los aspectos positivos de la occidentalización (los derechos del hombre y de la mujer, las autonomías individuales, la cultura humanista, la democracia). Estos elementos positivos pueden y deben fecundar una política de la humanidad” (Morin, 2011, 48).
Europa sólo puede entablar relaciones de cooperación y apoyo mutuo con el resto de los pueblos del mundo partiendo del respeto absoluto a sus diferencias y a la conservación de los recursos naturales de sus territorios. Todo lo contrario de los conflictos bélicos en los que últimamente se ha embarcado la UE (Afganistán, Irak, Libia, Mali), cuyo objetivo último no era la liberación de la opresión de ciertos pueblos, sino más bien hacerse con el control de recursos energéticos estratégicos. Así, convengo con Arthur M. Okun (1975, 119-120) en que “los derechos y poderes que el dinero no debería comprar deben ser protegidos con regulaciones y sanciones específicas (...) Una sociedad capitalista democrática se esforzará por buscar mejores métodos para trazar los límites entre el dominio de los derechos y el dominio de los dólares”

3.4. Europa debe dejar de ser un territorio subdesarrollado

En el curso 1989-1990 los profesores Tomás Carpi y Jordán Galduf me impartieron la asignatura Política Económica de los Países Subdesarrollados en la Universitat de València. Seguíamos el manual de Michael Todaro (El desarrollo económico del Tercer Mundo) y el ensayo de Raúl Prebisch (Capitalismo periférico). Aprendí que las dos últimas décadas del siglo XX fueron de retroceso en los ámbitos social y político para buena parte de los países empobrecidos del mundo. De la mano del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional se habían aplicado en muchos de estos países políticas de ajuste que los habían atenazado y hundido en el agujero negro de la pobreza y la dependencia. En definitiva, que el capitalismo no es un sistema que introduzca paulatinamente a los diferentes pueblos de la Tierra en las vías de la prosperidad y la democracia. Más bien al contrario, cabe hablar de un esquema centro-periferia, de manera que los países empobrecidos y “atrasados” se insertan en él bajo relaciones de dependencia y dominación por parte del gran capital transnacional.
Hace casi un cuarto de siglo, el FMI campaba a sus anchas por los territorios más débiles del planeta, obligándoles a tomar una medicina (las políticas de ajuste) que les condenaban a la postración. Desde entonces, algunos países de América Latina se han sacudido ese yugo, y han emprendido aventuras con otros compañeros de viaje. Más ahora, el FMI ha aterrizado en Europa, y junto al Banco Central Europeo y la Comisión Europea, dictan a los gobiernos las políticas a aplicar, que siguen siendo de ajuste, claro, porque no se les conocen posturas alternativas más allá del pensamiento único neoliberal.
Y de vez en cuando, en nuestra vieja Europa, afloran informes…incluso del propio FMI, que nos hacen caer en la cuenta de que la austeridad mata y propaga el dolor y la angustia de mucha gente, porque no se había tenido en cuenta adecuadamente el efecto multiplicador negativo sobre el nivel de renta asociado a un recorte de los gastos públicos, porque la austeridad y la reducción rápida del déficit público a toda costa impulsa el desempleo y la caída del consumo y la inversión…como si todo ello no se conociera ya a partir de las enseñanzas de Keynes y la Gran Recesión de los años 30.
Lo peor de todo es que aunque por propios y extraños se reconoce el fracaso absoluto de las políticas de la troika en los países periféricos del euro (especialmente los rescatados Grecia, Portugal, Irlanda y España), no se ha cambiado ni un ápice el contenido de dichas políticas más allá de una irrelevante y cicatera ampliación de dos años del plazo para que algunos países alcancen el objetivo del 3% de déficit público respecto al PIB.
En palabras de León Bendesky (2013), “La reciente disputa surgida entre la directora del Fondo Monetario Internacional (FMI) y sus socios de la llamada troika, que incluye a la Comisión Europea (CE) y al Banco Central Europeo (BCE), es más que una trifulca burocrática. Indica el desconcierto con que se ha actuado ante la bárbara crisis que azota Europa y, en especial, la zona euro. Tal desconcierto no es sólo de índole intelectual o profesional, sino representa un falta de capacidad de gobierno y gestión de la economía. La burocracia internacional del FMI y del BCE está muy rezagada respecto de la naturaleza estructural de la crisis y sus repercusiones en el terreno del trabajo, la producción y la organización de las finanzas (…) Lo que está ocurriendo en Europa (…) Es la descomposición social y política, que en buena medida parece replicar muchos elementos de lo sucedido en el periodo de entreguerras”.
Cuando intereses particulares se interponen y fuerzan cambios en el rumbo de las políticas públicas que las alejan de la satisfacción de las necesidades básicas de las personas, calificamos de subdesarrollada a esa sociedad, por su incapacidad de facilitar una vida digna a su ciudadanía. La Unión Europea, para dejar de ser el territorio subdesarrollado en el que se ha convertido, debe comenzar por romper los lazos de dependencia o los hilos de manipulación de la marioneta que es en la actualidad. Las estructuras de gobierno no tienen otra razón de ser más que la mejora de las condiciones de vida de la mayoría de la gente.

3.5. La Tierra no está en venta: contra los Tratados de Libre Comercio

De manera machacona se nos repite hasta la extenuación que la liberalización comercial entre países favorece a todas las partes que intervienen en dicho proceso. Que la especialización productiva y el posterior intercambio permite maximizar la renta, la riqueza y el empleo[1]. Y aquí, como en multitud de ejemplos más, vienen al caso las palabras de Eduardo Galeano cuando nos recuerda que “La división internacional del trabajo consiste en que unos países se especializan en ganar y otros en perder”. ¿Por qué lo llaman comercio cuando deberían decir rapiña?.
Y en este ámbito, la Unión Europea, en vez de defender posiciones que alienten y respeten los territorios y los intereses de la mayoría de los ciudadanos/as, se echa en brazos de Estados Unidos y de la noche a la mañana anuncian el inicio de conversaciones con el fin de aprobar un Tratado de Libre Comercio (TLC). Bueno, para que suene más suave quieren llamarlo “Acuerdo de asociación transatlántica para el comercio y la inversión” (TTIP: Transatlantic Trade and Investment Partnership).
Jean-Luc Mélenchon (2013) señala respecto al TLC EEUU-UE que “Este vasto proyecto de liberalización de intercambios e inversiones, conoce en este momento una aceleración espectacular, sin que ningún pueblo europeo lo haya acordado y ningún gobierno lo haya nunca incluido en su programa electoral (…) Como los tratados confieren a la Comisión una competencia exclusiva en materia comercial, el Parlamento Europeo carece de potestad para contravenir ese mandato (…) Esta operación liberalizadora conlleva muchos matices. En primer lugar, “supresión total de derechos de aduana” para los productos industriales y agrícolas. Ya sobre este asunto, el acuerdo es peligroso para los europeos: según cifras de la Comisión, la tasa media aduanera es del 5,2% en la UE y del 3,5% en USA. Eso significa que si los derechos caen a cero, USA obtendrá un provecho 40% superior al de la Unión. Esa ventaja para los productos fabricados en EEUU será amplificada por la debilidad del dólar frente al euro. Y este desequilibrio será multiplicado por la debilidad ecológica y social de los costes de producción USA. En tales condiciones, aunque sólo sea por este aspecto cuantitativo, el acuerdo será una máquina de deslocalizar, que agravará el paro (…) Para liberalizar el acceso a los mercados, UE y USA deberán hacer converger sus reglamentaciones en todos los sectores, pues las normas más duras son consideradas como obstáculos al libre comercio. Pero, contrariamente a lo que afirman la Comisión (…) USA y Europa no tienen “normas de un rigor análogo, en materia de empleo y de protección del medio ambiente.” En efecto, los EEUU están hoy fuera de los principales cuadros de derecho internacional en materia ecológica, social y cultural; no suscriben muchas de las convenciones importantes de la OIT sobre derechos del trabajo; no aplican el protocolo de Kyoto contra el calentamiento climático y rechazan la convención para la biodiversidad, así como la de UNESCO sobre la diversidad cultural, y otros compromisos que los países europeos sí han firmado. Los modelos normativos estadounidenses son, en la mayoría de los casos, menos constrictores que los europeos. Un mercado común EEUU-UE liberalizado, tiraría entonces toda Europa hacia abajo (…) Veamos ahora la lista de estragos previsibles. El primer impacto negativo será ecológico. El proyecto cuenta con las exportaciones como solución para relanzar la actividad y se opondrá a toda política que pueda permitir la reducción de la huella humana sobre la exósfera. Por el contrario, al aumentar el tráfico mercantil aéreo y marítimo a través del Atlántico, el esperado incremento de las exportaciones hará también aumentar las emisiones de gas de efecto invernadero (…) En razón de las diferencias mencionadas, este acuerdo será también una incitación al peor productivismo en detrimento de la calidad social y ecológica de los productos (…) Y a quienes esperaban que los servicios públicos fueran excluidos, hay que precisar que ‘el acuerdo concierne también a los monopolios públicos, las empresas públicas y aquellas con derechos específicos o exclusivos’ como también a ‘la apertura de mercados públicos a todos los niveles administrativos, nacionales, regionales y locales’  (…) de hecho este tratado será una anexión de Europa por los EEUU, no quedará nada del ideal europeo. Será una renuncia a la soberanía de los pueblos. Y no solo se destruirá nuestro presente sino que nuestro futuro quedará en suspenso, pues ¿cómo plantearse, después, objetivos europeos de armonización salarial o fiscal, o de cooperación reforzada, que son obstáculos característicos para la libre competencia?”.
Víctor M. Toledo (2013) apunta con desbordante sentido común que “Si estamos inmersos en una crisis de civilización, tesis formulada hace dos décadas hoy casi unánimemente aceptada, las vías para superarla no pueden venir sino de posiciones críticas inéditas, construidas desde nuevas epistemologías, y que conllevan una praxis política totalmente diferente a la asumida por los movimientos de vanguardia, incluyendo los más avanzados. Hasta donde alcanzo a mirar, la única corriente que logra realizar una crítica completa a la civilización moderna es aquella que, sin proponérselo, se finca en lo que podemos denominar una ecología política. Ésta parte de un principio formulado en la década de los setenta por G. Skirbekk (Ecologie et marxisme, L’Espirit, 1974): la transformaciones sociales ya no pueden explicarse a partir de la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción, sino entre esas y las fuerzas de la naturaleza.
(…) Construir el poder social supone organizar en la vida cotidiana la emancipación civilizatoria. Casi cada institución procreada bajo la lógica del capital puede hoy ser confrontada por instituciones alternativas, las cuales requieren de una sencilla fórmula secreta: resistencia y organización social en plena solidaridad y alianza con la naturaleza. Frente a las empresas y corporaciones existen las cooperativas donde no hay patrones, sólo socios. Frente a los bancos (basados en la usura) aparecen las cajas de ahorro y los bancos ciudadanos. Frente a la producción agroindustrial de gran escala la pequeña producción familiar o comunitaria fincada en la agroecología. Frente a la circulación desbocada de las mercancías las redes de intercambio directo y en corto entre productores y consumidores, y la autosuficiencia local, municipal, regional. Frente a los megaproyectos los diseños de pequeña escala. Frente a la especulación financiera, la creación de monedas alternativas y el trueque. En fin, frente a una racionalidad basada en el individualismo, la competencia y la acumulación de riqueza material, una ética fundada en la solidaridad, la reciprocidad, el bien colectivo y la supervivencia de la especie”.
La UE debe proponer y defender unas nuevas reglas y relaciones comerciales (en el seno de la OMC, o fuera de ésta) donde la competencia a ultranza no se lleve a cabo a costa de los derechos sociales y del medio ambiente. Aunque este planteamiento pareciera revolucionario, no lo es. Esta posibilidad está recogida en el artículo XX del Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (GATT) del año 1947, que forma parte del acervo legal de la OMC. En concreto, podrán establecerse límites al libre comercio (mediante prohibiciones o tasas arancelarias) cuando existan riesgos para “la protección de la salud y la vida de las personas y de los animales o la preservación de los vegetales” y “la conservación de los recursos naturales agotables”. El Protocolo de Kyoto y la lucha contra el cambio climático serían argumentos de peso para justificar una política antidumping social y ambiental por parte de la UE. A su vez, mediante acuerdos bilaterales deberían implantarse preferencias comerciales en beneficio de los países del Sur que mejor y más deprisa se adapten a las normas internacionales de carácter social y ecológico (Montebourg, 2011, 72-73). La UE tiene a su alcance los instrumentos para cambiar de vía, pero ¿tiene interés en dar ese paso y asumir todas las consecuencias que ello entrañaría?
El fenómeno de la acelerada urbanización que está teniendo lugar tanto en el Norte como en el Sur políticos tiene la otra cara de la moneda en el éxodo rural masivo y el aumento de la desigualdad, visualizado en los contrastes entre los barrios de lujo para los nuevos ricos frente al hacinamiento en los suburbios de la población marginada. Los planes de ajuste estructural, impulsados por el FMI en los países empobrecidos en el último cuarto del siglo XX, tienen mucho que ver en la explicación de este fenómeno perverso.
Desgraciadamente, las respuestas políticas a la crisis están golpeando a las zonas rurales por doble vía. Por un lado, los recortes de las políticas públicas en materia de derechos sociales tienen mayor impacto en zonas rurales donde no existe la alternativa de prestación de servicios por la iniciativa privada. Por otro lado, la reforma de las administraciones públicas en el caso de España se está llevando a cabo mediante el desmontaje de los Ayuntamientos (mediano y pequeños), privando así a la ciudadanía rural de una vía cercana y natural de participación en los asuntos públicos. La UE, si es que realmente le preocupa el desarrollo de una democracia de alta intensidad basada en la participación ciudadana en los asuntos públicos, debería exigir a España la retirada de este anteproyecto de ley que eufemísticamente se denomina “para la racionalización y la sostenibilidad de la Administración Local”. Si la UE desde dentro de la troika no ha tenido el más mínimo problema en exigir a los países periféricos del euro reformas legislativas de gran calado social y económico, ¿por qué no procede lo mismo cuando se trata de asuntos que afectan de lleno a la calidad democrática de nuestras sociedades?.
En la primitiva Comunidad Económica Europea se unieron los pueblos buscando paz, libertad y dignidad en una Europa arrasada por la guerra y el autoritarismo. Es posible que en el futuro, ciertos estados abandonen la UE de las desigualdades sociales y la tiranía del capital, persiguiendo igualmente la libertad y la dignidad de sus gentes. Los estados, como las personas, permanecemos unidos cuando compartimos objetivos e instrumentos para alcanzarlos, en caso contrario, lo que por mucho tiempo pudimos sentir como propio, llegado un momento puede llegar a parecernos ajeno. En algunas rupturas no hay expulsión, simplemente “mal amor”. Como el título del tango de Malevaje, “No me quieras tanto mi amor, quiéreme mejor”, así le dicen los estados periféricos de la zona euro a la Unión Europea.
Bello, Walden (2004): Desglobalización. Ideas para una nueva economía mundial, Icaria, Barcelona.
Bendesky, León (2013): “¡Vaya globalidad!”, en La Jornada de México, 10-6-2013.
Brecht, Bertolt (1940 aprox.) “Si los tiburones fueran hombres”, en Narrativa Completa 3, Alianza, Madrid, 1991, pp 27-29.
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Dollfus, Olivier (1999): La mundialización, Ediciones Bellaterra, Barcelona.
Farré, Mariona y Allepuz, Rafael (ed.) (2001): Globalización y dependencia. Efectos de la mundialización sobre el desarrollo de los pueblos, Editions de la Universitat de Lleida, Lleida.
Huky, Guru (2013): “El 0,6% de la población tiene el 39,3% de la riqueza del mundo”, 3 de junio de 2013.
Jofra Sora, Marta (2008): “Conversaciones con Joachin Spangenberg”, en Ecología Política nº 35. Decrecimiento Sostenible, pp. 9-12.
Latouche, Serge (2006): La apuesta por el decrecimiento, Icaria, Barcelona, 2009 (primera edición en francés del año 2006).
La Vanguardia (2013): “La cumbre europea se limita a dar pequeños pasos para combatir el paro joven”, 28-6-2013.
Marcellesi, Florent y Esteban, Aniol (2011): “Reducir la jornada laboral para afrontar los retos del siglo XXI”,
http://florentmarcellesi.wordpress.com/2011/09/13/reducir-la-semana-laboral-para-afrontar-los-retos-del-siglo-xxi/ Artículo basado en Anna Coote, Jane Franklin and Andrew Simms (2010): “21 horas: Por qué una semana laboral más corta puede ayudarnos a prosperar en el siglo XXI”, New Economics Foundation. Disponible en su versión original en inglés en: http://www.neweconomics.org. Traducido al castellano por Ecopolítica y disponible en
Mélenchon, Jean-Luc (2013): “Vertige du moment, des faits et des mots” (“Vértigo del momento, los hechos, las palabras”, el incorporado a la ponencia ha sido traducido al castellano por Mario, de ATTAC Castilla y León)
Montebourg, Arnaud (2011): ¡Votad la desglobalización! Los ciudadanos somos más poderosos que la globalización, Paidós, Barcelona. 
Morin, Edgar (2011): La vía. Para el futuro de la humanidad, Paidós, Barcelona.
Navarro, Vicenç (2013): “El Tratado de Libre Comercio entre EEUU y la UE”, en la Revista Digital Sistema, 31 de mayo de 2013.
Okun, Arthur M. (1975): Equality and Efficiency. The Big Tradeoff, The Brookings Institution, Washington, D.C.
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Reddy, A.K.N. (1979): "Technology, Development and the Environment: A Re-Appraisal", UNEP, Nairobi (Citado en Bifani, 1985, 15).
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Sousa Santos, Boaventura de (2013): “¿Democracia o capitalismo?”, en Público, 5 de junio de 2013.
Toledo, Víctor M. (2013): “Ecología y política: cómo salir de la crisis”, en La Jornada de México, 28-5-2013.


[1] Según Vicenç Navarro (2013), “Así se han presentado todos los Tratados de Libre Comercio (TLC) entre EEUU y Australia, Brunei, Chile, Malasia, Nueva Zelanda, Rusia, Singapur, Vietnam y México. El más conocido fue el firmado entre México, Canadá y EEUU, que tenía que haber sido la solución para el futuro de México. La realidad, sin embargo, ha sido muy diferente, y los resultados muy opuestos a los que se profetizaron. En el TLC entre México y EEUU se destruyeron empleos en EEUU y también en México. En EEUU porque se desplazaron puestos de trabajo hacia México. Pero en México también se perdieron puestos de trabajo, ya que los que se ganaron resultado de la movilidad de empresas estadounidenses a México fueron menores que los que se destruyeron como consecuencia de que las economías de escala de las empresas estadounidenses y su fácil acceso al crédito destruyeron muchas empresas pequeñas que no pudieron competir con las grandes estadounidenses. El TLC benefició a empresas grandes muy influyentes de Washington y en la Ciudad de México. Pero dañó a las clases populares y a la clase trabajadora de los dos países, a los dos lados del río Grande. Tal experiencia se ha repetido en todos los casos de TLC (…) De la experiencia de otros TLC con EEUU se puede ya predecir que las medidas tomadas favorecerán intereses muy particulares a costa de los intereses generales. Por ejemplo, el TLC prohibirá el monopolio de los servicios públicos, como la sanidad, exigiendo el desmantelamiento del Servicio Nacional de Salud, eliminando su universalidad. Y todo ello en aras a la necesaria “competitividad y libre comercio”. Y veremos cómo las élites gobernantes en la UE (que ya están tomando medidas en esta dirección) darán la bienvenida a estos cambios. Hasta ahora, la excusa para hacer tales cambios (como la privatización) era que así lo pedían Bruselas, Berlín o Frankfurt. Ahora se añadirá Washington. Y continuarán haciendo tales cambios con silencio, nocturnidad y alevosía, sin apenas discusión pública. Y a todo ello tendrán la desfachatez de llamarlo democracia”.
 

viernes, 1 de noviembre de 2013

El mito del crecimiento (II). La desglobalización

 
Podemos acercarnos a definir el actual estado del capitalismo senil con la reflexión de Bertolt Brecht (1940 aprox.) sobre las relaciones de dominación/sumisión entre pececillos, tiburones y hombres[1] . Y claro, seguro que un deseo compartido por la mayor parte de la humanidad sería el de tratar de alejarnos lo más posible de una situación así, de la que sólo acertamos a hacernos una idea en términos literarios, o quién sabe si ya estamos viviendo en ella.
Los tiempos que nos tocan vivir, no solo los últimos cuatro años, sino los cinco siglos transcurridos desde el comienzo de la Edad Moderna, han supuesto un auge continuado de las fórmulas de organización social, política y económica vinculadas con un capitalismo oligopolístico e imperialista.
Si enlazamos la letra “E” de “economía” y “esperanza”, deberíamos poner al servicio de las personas una ciencia social cuyo objetivo no debe ser otro que el de la satisfacción de las necesidades básicas del conjunto de la humanidad con respeto a los derechos humanos y a los derechos de la Naturaleza. Según la Real Academia Española, “esperanza” es el “estado del ánimo en el cual se nos presenta como posible lo que deseamos”. Por tanto, si la economía que ahora se estudia en las facultades y se pone en práctica sobre el mundo real no nos permite hacer realidad nuestros deseos de justicia y paz social PARA TODOS LOS PUEBLOS DE LA TIERRA, es que algo falla. Desgraciadamente, la Unión Europea es uno más de los bloques regionales que en alianza con el gran capital transnacional se reparten el mundo con criterios mercantiles, imponiendo las reglas del juego a través de organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial de Comercio y el Banco Mundial. Posiblemente a la mayoría de la ciudadanía de Europa, la de la cuna de la democracia y los derechos humanos, le gustaría que el proyecto de construcción europea tuviera una cara más amable hacia otros pueblos de la Tierra, pero sin embargo, la tan socorrida frase de “la Europa de los mercaderes frente a la Europa de los ciudadanos” tiene cada vez más vigencia.
En 2011, justo cuando acababa de cumplir los 90 años, el pensador francés Edgar Morin publicó La vía. Para el futuro de la humanidad. En este libro reflexiona sobre los principales problemas a los que se enfrentan nuestras sociedades imbuidas por la globalización, la occidentalización y el desarrollo.
En la introducción de este libro su autor señala que “(…) los habitantes del mundo occidental u occidentalizado, sufrimos, sin ser conscientes de ello, dos tipos de carencias cognitivas:
- la ceguera propia de un modo de conocimiento que, al compartimentar los saberes, desintegra los problemas fundamentales y globales que exigen un conocimiento interdisciplinar;
- el occidentalocentrismo, que nos coloca en el trono de la racionalidad y nos da la ilusión de poseer lo universal.
Por lo tanto, no es sólo nuestra ignorancia, también es nuestro conocimiento lo que nos ciega” (Morin, 2011,19-20).
“El crecimiento se concibe como el motor evidente e infalible del desarrollo, y el desarrollo como el motor evidente e infalible del crecimiento. Ambos términos son, a la vez, fin y medio el uno del otro (…) En las condiciones de la globalización neoliberal (privatización de los servicios públicos y de las empresas estatales, retroceso de las actividades públicas en provecho de las actividades privadas, primacía de las inversiones especulativas internacionales, desregularización generalizada), la explosión de un capitalismo planetario sin frenos, desde la década de 1990, ha amplificado todos los aspectos negativos del desarrollo. El aumento permanente de las rentas del capital en detrimento de las del trabajo acrecienta constantemente las desigualdades. El desarrollo, por lo tanto, ha aumentado el número de trabajadores esclavizados en China, en India y en numerosas regiones de América Latina. El abandono de la agricultura de subsistencia en aras de los monocultivos industrializados para la exportación expulsa a los pequeños campesinos o a los artesanos, que gozaban de una relativa autonomía al disponer de sus policultivos o de sus herramientas de trabajo, y transforma su pobreza en miseria en los bidonvilles de las megalópolis (…)
El desarrollo, que pretende ser una solución, ignora que las propias sociedades occidentales están en crisis a causa, precisamente, de ese desarrollo, que ha segregado un subdesarrollo intelectual, físico y moral. Intelectual, porque la formación disciplinar que recibimos los occidentales, al enseñarnos a disociarlo todo, nos ha hecho perder la capacidad de relacionar las cosas y, por lo tanto, de pensar los problemas fundamentales y globales. Físico, porque estamos dominados por una lógica puramente económica, que no ve más perspectiva política que el crecimiento y el desarrollo, y estamos abocados a considerarlo todo en términos cuantitativos y materiales. Moral, porque el egocentrismo domina sobre la solidaridad. Además, la hiperespecialización, el hiperindividualismo y la falta de solidaridad desembocan en el malestar, incluso en el seno del confort material” (Morin, 2011, 24-28).
En palabras de Walden Bello (2004, 137-138) “La desglobalización no implica dejar de lado la economía internacional. Se trata más bien de encauzar las economías de modo que la producción, en lugar de estar enfocada fundamentalmente a la exportación, se oriente hacia el mercado local (…) Este enfoque, además, subordina conscientemente la lógica del mercado, la búsqueda de la rentabilidad de los costes, a valores como la seguridad, la equidad y la solidaridad social”.
Más adelante Bello (2004, 139) afirma que “La desglobalización o la recuperación del poder local y nacional, sólo se pueden conseguir dentro de un sistema alternativo para regir la economía global (…) Hoy en día lo que hace falta no es otra institución global centralizada, sino que el poder global esté menos centralizado, y se forme un sistema pluralista de instituciones y organizaciones relacionadas entre sí, guiadas por amplios y flexibles acuerdos”.
No es posible creernos que avanzamos cuando la cuneta de nuestro camino está repleta de desposeídos, cuando la inmensa mayoría de la humanidad no tiene posibilidades de abrir estelas hacia una vida digna. Como señala Arnaud Montebourg (2011, 19), “El ciclo loco de la globalización es un pozo sin fondo, una máquina desajustada cuyo carburante es encontrar continuamente gente más pobre y más dócil”.
“La globalización no es un fenómeno que afecte a un puñado de ejecutivos que hablan inglés y toman el avión cada tres días; la globalización no es una burbuja con la cual la gente corriente no tenga nada que ver. Al contrario, se ha convertido en el denominador común, en lo que los une sin que ellos lo sepan, como una especie de cordón invisible y fatal entre todos los trabajadores, sea cual sea su país y trabajen donde trabajen en las economías del mundo” (Montebourg, 2011, 22-23).
La competencia y la competitividad lo inunda todo, en cambio la cooperación entre iguales ha sido desterrada del lenguaje político, “Porque, desde hace varias décadas, los Estados europeos, compitiendo entre ellos y compitiendo con el resto del mundo, se han lanzado a una carrera mundial a ver quién cobra menos impuestos, imitando a Estados Unidos, que ya empezó con esta política en la década de 1980. Las reducciones de impuestos y de cotizaciones sociales sobre los beneficios de las empresas, sobre las grandes fortunas, sobre los patrimonios y las rentas más altas no han hecho sino extenderse, en una carrera suicida por resultar más atractivos, estimulada con arrogancia y vulgaridad por los paraísos fiscales, que los Estados se guardarán muy mucho de desmantelar (…) En la competencia fiscal desenfrenada que han iniciado los Estados del norte, no hay otra salida más que la destrucción de la protección social y los servicios públicos, y el incremento estructural de la deuda pública, con las medidas finales injustas que eso conlleva” (Montebourg, 2011, 32-33).
Una característica  del proceso de globalización de las últimas décadas ha sido el fenómeno de la progresiva concentración de la renta a favor del capital (beneficios) y en contra del trabajo (salarios). Además, dentro del ámbito del capital, la concentración del poder y la plusvalía se ha alineado con las empresas transnacionales y financieras en contra de las PYMES y las de naturaleza productiva. Ello ha provocado que las desigualdades sociales y las concentraciones de poder en el mundo se agudicen hasta extremos nunca antes alcanzados en la historia de la humanidad.
De ahí que la desglobalización suponga una “reacción a favor del trabajo y contra los dividendos, la reacción a favor de la industria y contra las finanzas, la reacción a favor de la creación contra las rentas” (Montebourg, 2011, 45). Y aquí es donde entraría en juego un “proteccionismo de nuevo cuño”, que “no es un proteccionismo del miedo al otro, sino un proteccionismo cooperativo, de la inteligencia y la generosidad, de la mutación colectiva, un proteccionismo altruista y solidario porque organiza concretamente el renacimiento o la construcción en cada uno de los países de un mercado interior, de una agricultura y una industria fuertes (…) Es un proteccionismo de desarrollo y emancipación, que garantiza a los pueblos el derecho a decidir” (Montebourg, 2011, 46-47).
Para Walden Bello (2004), en el camino hacia la desglobalización “Las decisiones económicas estratégicas no pueden dejarse en manos del mercado ni de los tecnócratas. Todas las cuestiones vitales –determinar qué industrias hay que desarrollar, cuáles conviene abandonar progresivamente, qué parte del presupuesto del Estado hay que dedicar a agricultura- deben por el contrario ser objeto de debates y decisiones democráticas. El régimen de la propiedad debe evolucionar para convertirse en una ‘economía mixta’ que incluya a las cooperativas y a las empresas privadas y públicas pero que excluya a los grupos multinacionales. Las instituciones mundiales centralizadas como el FMI o el Banco Mundial deben ser sustituidas por instituciones regionales construidas no sobre la economía de mercado y la movilidad de los capitales, sino sobre principios de cooperación”.
“Una estrategia de desglobalización para la UE consistirá en establecer unas condiciones sanitarias, medioambientales y sociales para la importación de los productos, haciendo respetar en primer lugar unas normas fundamentales de la Organización Internacional del Trabajo, que protegen a los trabajadores (…) Abriremos nuestros mercados como contrapartida al respeto de dichas normas, o los cerraremos en el caso de que no se observe progreso alguno” (Montebourg, 2011, 56-57).
“La desglobalización es, por último, un programa para una Europa sin proyectos, zarandeada por las crisis económicas y financieras, que no ve que el libre comercio y la competencia generalizada son para ella el principio del fin. La autodestrucción de Europa está programada, la desglobalización es su salvación. Pero ésta deberá pasar por Alemania” (Montebourg, 2011, 62).
Durante los años del boom económico, el PIB crecía a tasas elevadas en la mayor parte de los países de la UE, en la misma línea que lo hacía la desigualdad social. Ahora, en plena recesión, el crecimiento del PIB tiene tasas negativas, pero, para no variar, la desigualdad sigue creciendo. Nos encontramos por tanto que la profundización del capitalismo va de la mano del aumento de las desigualdades, tanto en períodos de auge económico como de recesión. Por lo tanto, ¿qué esperanzas pueden tener los miles de millones de personas que observan cómo los beneficios del crecimiento pasan de largo y los costes de la recesión se ceban con ellas?.
La situación no puede ser más humillante, dibujando un panorama propicio para el estallido de conflictos sociales. Guru Huky (2013), basándose en datos de  Shorrocks et al. (2012), señala que “Uno se pregunta en qué años los historiadores consideraron que salimos de la edad media, porque en cuanto a distribución de riqueza, uno tiene la sensación que han pasado épocas y regímenes y todo sigue más o menos igual” 
“Cerca de 3.184 millones de personas, o el 69,3% de la población mundial tienen una riqueza por debajo de los 10.000 dólares, es decir, acumulan el 3,3% de la riqueza del planeta (…) En lo alto de la pirámide, tenemos a la superélite, 29 millones de personas con una riqueza superior a 1 millón de dólares. Este 0,6% de la población mundial, acumula el 39,3% de la riqueza” (Guru Huky (2013).
La desigualdad extrema y descarnada que muestran estos datos es otro motivo más para apoyar un proceso de desglobalización, de la mano de potentes mecanismos redistributivos. Para romper esta megaestructura que conduce a un mundo cada vez más desigual e injusto, propicio para que el gran capital siga apropiándose de una parte creciente de la renta y la riqueza, es preciso avanzar hacia un sistema tecnológico adaptado a las peculiaridades y necesidades de los diferentes territorios, “que rompa” con el mercado único en que se ha convertido el mundo, donde TODO se compra y se vende. El nuevo modelo productivo debería incentivar el uso de las tecnologías apropiadas (Reddy, 1979) definidas como “aquéllas que satisfacen necesidades humanas básicas comenzando por los más necesitados a fin de tender a una reducción de las desigualdades, tanto internas como externas; que al mismo tiempo promueven la participación y el control social de tal manera que refuercen los procesos de desarrollo autocentrado, evitando los de acumulación o concentración de poder económico y político; y finalmente, como aquellas ambientalmente racionales, en el sentido que están acordes con las características del sistema natural y evitan su degradación.”



[1] — Si los tiburones fueran hombres -preguntó al señor K. la hija pequeña de su patrona- ¿se portarían mejor con los pececitos?
— Claro que sí -respondió el señor K.-. Si los tiburones fueran hombres, harían construir en el mar cajas enormes para los pececitos, con toda clase de alimentos en su interior, tanto plantas como materias animales. Se preocuparían de que las cajas tuvieran siempre agua fresca y adoptarían todo tipo de medidas sanitarias. Si, por ejemplo, un pececito se lastimase una aleta, en seguida se la vendarían de modo que el pececito no se les muriera prematuramente a los tiburones. Para que los pececitos no se pusieran tristes habría, de cuando en cuando, grandes fiestas acuáticas, pues los pececitos alegres tienen mejor sabor que los tristes. También habría escuelas en el interior de las cajas. En esas escuelas se enseñaría a los pececitos a entrar en las fauces de los tiburones. Estos necesitarían tener nociones de geografías para mejor localizar a los grandes tiburones, que andan por ahí holgazaneando.
Lo principal sería, naturalmente, la formación moral de los pececitos. Se les enseñaría que no hay nada más grande ni más hermoso para un pececito que sacrificarse con alegría; también se les enseñaría a tener fe en los tiburones, y a creerles cuando les dijesen que ellos ya se ocupan de forjarles un hermoso porvenir. Se les daría a entender que ese porvenir que se les auguraba sólo estaría asegurado si aprendían a obedecer. Los pececillos deberían guardarse bien de las bajas pasiones, así como de cualquier inclinación materialista, egoísta o marxista. Si algún pececillo mostrase semejantes tendencias, sus compañeros deberían comunicarlo inmediatamente a los tiburones.
Si los tiburones fueran hombres, se harían naturalmente la guerra entre sí para conquistar cajas y pececillos ajenos. Además, cada tiburón obligaría a sus propios pececillos a combatir en esas guerras. Cada tiburón enseñaría a sus pececillos que entre ellos y los pececillos de otros tiburones existe una enorme diferencia. Si bien todos los pececillos son mudos, proclamarían, lo cierto es que callan en idiomas muy distintos y por eso jamás logran entenderse. A cada pececillo que matase en una guerra a un par de pececillos enemigos, de esos que callan en otro idioma, se les concedería una medalla de varec y se le otorgaría además el título de héroe.
Si los tiburones fueran hombres, tendrían también su arte. Habría hermosos cuadros en los que se representarían los dientes de los tiburones en colores maravillosos, y sus fauces como puros jardines de recreo en los que da gusto retozar. Los teatros del fondo del mar mostrarían a heroicos pececillos entrando entusiasmados en las fauces de los tiburones, y la música sería tan bella que, a sus sones, arrullados por los pensamientos más deliciosos, como en un ensueño, los pececillos se precipitarían en tropel, precedidos por la banda, dentro de esas fauces.
Habría asimismo una religión, si los tiburones fueran hombres. Esa religión enseñaría que la verdadera vida comienza para los pececillos en el estómago de los tiburones.
Además, si los tiburones fueran hombres, los pececillos dejarían de ser todos iguales como lo son ahora. Algunos ocuparían ciertos cargos, lo que los colocaría por encima de los demás. A aquellos pececillos que fueran un poco más grandes se les permitiría incluso tragarse a los más pequeños. Los tiburones verían esta práctica con agrado, pues les proporcionaría mayores bocados. Los pececillos más gordos, que serían los que ocupasen ciertos puestos, se encargarían de mantener el orden entre los demás pececillos, y se harían maestros u oficiales, ingenieros especializados en la construcción de cajas, etc. En una palabra: habría por fin en el mar una cultura si los tiburones fueran hombres.
 

lunes, 28 de octubre de 2013

El mito del crecimiento económico (I). ¿Por qué?


 
El pasado verano fui invitado por EUROBASK. Consejo Vasco del Movimiento Europeo a presentar una ponencia en el Curso de Verano “Sociedad, economía, mercados. Europa: Dr. Jekill o Mr. Hyde”, celebrado en Donosti/San Sebastián entre el 17 y el 19 de julio de 2013 (ver aquí el programa completo del curso).
El índice de dicha ponencia de título "El mito del crecimiento económico: hacia la desglobalización mercantil", cuyo texto íntegro puede encontrarse pinchando aquí, es el siguiente.

 
Comenzando hoy, y durante dos días más, voy a desgranar una trilogía de entradas con el contenido de la misma.
   21 RESUMEN
Desde el comienzo de la actual crisis económico-financiera en 2008, no para de repetirse el argumento según el cual la salida de la misma pasa por alcanzar de nuevo tasas positivas de crecimiento económico que reactiven el supuesto círculo virtuoso del consumo, la inversión, la producción y el empleo.
Este planteamiento en pos del crecimiento del Producto Interior Bruto (PIB), si bien con matices, es defendido tanto por posturas neoliberales (conservadoras), keynesianas (socialdemócratas) y marxistas (planificación central). A grandes rasgos, los neoliberales se postulan a favor de la austeridad expansiva, los keynesianos apuestan por el papel del Estado como impulsor de la actividad económica a través del gasto público y los marxistas se decantan por sistemas de planificación central y propiedad pública de los medios de producción.
Superada ya la primera década del siglo XXI, ninguno de estos planteamientos de política económica asume que la experiencia acumulada a lo largo del siglo XX (y aún antes) nos muestra los límites sobre los que han chocado y siguen chocando tanto las economías capitalistas como las de planificación central, ambas regidas por afanes productivistas a toda costa.
Los principales riesgos a los que se enfrentan las diferentes comunidades de la Tierra y el conjunto de la humanidad, están directamente relacionados con la asunción acrítica del crecimiento económico como objetivo político prioritario. Me refiero en concreto tanto a las crecientes desigualdades sociales como a los gravísimos desequilibrios ecológicos.
Ello nos lleva a la urgente necesidad de ser plenamente conscientes de la perversidad de la actual globalización homogeneizante, y como antídoto, apostar por la desglobalización, comenzando a construir comunidades autosuficientes y autogestionarias, pegadas al territorio, y en la medida de lo posible desmercantilizadas en lo que toca a la satisfacción de las necesidades básicas de las personas.
Todos estos aspectos deben ser objeto de reflexión y toma de postura en la actual coyuntura del proceso de construcción europea, aquejada de males crónicos como la escasa legitimidad democrática, la burocratización, el poder absoluto del capital financiero y el neocolonialismo.
Esta ponencia se estructura en tres partes. La primera intenta responder a la pregunta ¿Por qué es un mito el crecimiento económico?, y para ello acude a argumentos relacionados con la crisis ecológica, las necesidades básicas, el mercado y el empleo. La segunda justifica avanzar en un proceso de desglobalización a escala mundial para mejorar la vida de la gente y reequilibrar las fuerzas entre el capital y el trabajo. La tercera y última señala nuevas vías para una nueva Europa.

“Los conflictos que sacuden nuestro mundo por doquier no podemos simplificarlos y clasificarlos según una visión estrecha basada en los intereses particulares del gran capital. La comunidad de destino de la especie humana frente a problemas vitales y mortales comunes exige una política de la humanidad” (Morin, 2011, 47, la cursiva es mía).

1. ¿POR QUÉ ES UN MITO EL CRECIMIENTO ECONÓMICO?
El crecimiento del Producto Interior Bruto (PIB) se ha convertido en la forma cuasi exclusiva de medir el éxito económico y social en todas las partes del mundo. Este fervor productivista relega y oculta aspectos de naturaleza no mercantil que tienen gran importancia en la calidad de vida de las personas, por lo que presenta serias limitaciones como indicador de bienestar individual y comunitario.
Comienzo esta exposición cuestionando que el crecimiento económico sea la solución y la salida a la crisis sistémica que estamos viviendo. Sin ánimo exhaustivo, a continuación señalo una serie de dinámicas sociales, políticas, económicas y ecológicas impulsadas por el capitalismo, con el crecimiento como objetivo estrella[1], que se desarrollan a costa de la dignidad de las personas, de la cooperación entre las comunidades humanas y de la conservación de la Naturaleza. En todos los casos, atendiendo al objetivo de nuestro Curso de Verano, haré referencias a cómo dichas dinámicas se desarrollan en el seno de la Unión Europea.

1.1. Porque la crisis ecológica ligada al crecimiento nos acerca al colapso

La crisis ecológica de nuestro tiempo se ha generado y reproducido al calor de la máxima “más (producción y consumo) es mejor”. Y ello a pesar de que las más elementales leyes de la física y la termodinámica nos dicen que no es posible un crecimiento infinito en un mundo finito, que la materia y la energía se transforman desde formas aprovechables para los seres humanos hacia residuos que no pueden volver a ser utilizados.
El crecimiento económico conduce a un escenario de empeoramiento de las condiciones para la vida en la Tierra, especialmente de aquellas personas o comunidades más vulnerables. La opulencia de las áreas económicas enriquecidas se ha basado en esquilmar territorios y someter comunidades humanas desde la era de los descubrimientos a finales del siglo XV hasta la era de la globalización. En este período de más de cinco siglos, los estados de Europa han sido alumnos aventajados en lo relativo a la dominación y control por medio de la violencia y/o del comercio. Incluso recientemente, guerras como las de Afganistán, Irak o Libia se han desarrollado para apoderarse, con carácter preventivo, de los recursos energéticos claves que mueven el capitalismo terminal.
Hasta ahora, la productividad (producción/trabajo empleado) de diferentes sectores económicos no ha parado de crecer como consecuencia del uso masivo de recursos energéticos no renovables que han sustituido a la mano de obra desde el principio hasta el final del proceso productivo. Sectores como el agrario y el industrial se han beneficiado de energía barata y abundante para inocularnos la creencia en que los avances tecnológicos van a permitir un avance continuo y sin fin de la producción y el consumo. Pero ante fuentes energéticas y materiales cada vez más escasas, procede prepararse para un profundo cambio del modelo productivo, donde la mano de obra vuelva a tener un papel clave, ayudando así a reducir las elevadísimas tasas de desempleo que sufren ciertos países.

1.2. Porque una parte importante de las necesidades básicas de nuestras vidas las satisfacemos al margen del mercado

Ya señalaba Antonio Machado que “todo necio confunde el valor y el precio”. Pues bien, en la necedad del capitalismo, la cuantificación dineraria todo lo inunda, todo lo distorsiona, y perdemos de vista que una parte importante de las necesidades básicas de nuestras vidas las satisfacemos al margen del mercado.
Mientras que el “deterioro de nuestra biosfera, se ha empezado poco a poco a entender como consecuencia de las contaminaciones y de las catástrofes ecológicas, el deterioro de nuestras vidas cotidianas sigue siendo invisible como mal de civilización (…) La reforma de vida no puede eludir ni esclarecer el misterio de la vida ni el enigma del universo, pero nos enfrenta poéticamente a ese misterio y a ese enigma. Tampoco puede hacer desaparecer nuestros miedos y nuestras angustias, pero enseña a vivir con ellos aplicándoles antídotos: la participación en el destino colectivo, el vínculo afectuoso con los demás, el amor” (Morin, 2011, 246, 257).
En los últimos años, la Unión Europea está imponiendo a los países periféricos de la zona euro el desmantelamiento del estado del bienestar, así como la privatización de servicios públicos. La garantía de la prestación de dichos servicios públicos de calidad con carácter universal para todos/as los/as ciudadanos/as, era lo más parecido a la satisfacción de dichas necesidades básicas al margen del mercado, y por lo tanto accesibles de manera segura a todos/as con independencia de su nivel de renta. Si la Unión Europea se retira de ese papel que garantiza la igualdad efectiva, estamos dejando el camino libre al aumento de la desigualdad y al surgimiento de conflictos sociales. Y eso es justo lo contrario de lo que se pretendía con el proceso de construcción europea.

1.3. Porque es imposible proporcionar un empleo digno a todas las personas que lo desean o lo necesitan.

La globalización y la deslocalización van de la mano, y los fenómenos de paro masivo en ciertos estados centrales conviven con empleos absolutamente precarios en la periferia, esos que permiten bajísimos costes de producción y elevados beneficios al capital transnacional. Tradicionalmente el acceso a un empleo remunerado permitía a las familias conseguir un salario con el que satisfacer sus necesidades a través de intercambios mercantiles. Pero este mecanismo ya no está accesible para el ejército creciente de desempleados que a su vez son la condición necesaria para que la distribución de la renta siga venciéndose a favor del capital y en contra del trabajo.
Ante esta situación de dualidad del mercado de trabajo, y las escasas posibilidades de que revierta, habría que plantearse cada vez más la reducción de la jornada de trabajo remunerado, y por otro lado, el aumento del tiempo dedicado a proveer en el hogar bienes de naturaleza energética y alimentaria mediante mecanismos de autoproducción intensivos en mano de obra familiar. Hasta ahora, hemos sobreexplotado la energía abundante y barata, que ha trabajado por nosotros facilitándonos alimentos y transporte. En la nueva perspectiva que se abre de energía escasa y cara, la energía muscular de los seres humanos va a cobrar una importancia creciente. Sectores como la agricultura, la ganadería y la pesca van a comenzar a absorber mano de obra que en los últimos tiempos están expulsando los sectores industrial y de servicios, sencillamente porque producir alimentos es una actividad absolutamente prioritaria, que en breve ya no podrá llevarse a cabo mediante técnicas intensivas en energía no renovable (las típicas de la revolución verde).
La reducción sustancial de la jornada de trabajo[2] (unido a la reducción salarial, si bien teniendo en cuenta cierto salario mínimo y renta básica garantizada) y el reparto del trabajo permitiría reducir las elevadas tasas de desempleo que existen en la actualidad y aumentarían los hogares que pueden acceder a un consumo mínimo y digno. Este cambio en la distribución del tiempo de trabajo, desde el remunerado fuera del hogar hasta el no remunerado en el hogar, implica una reducción del crecimiento económico vía menor masa salarial, pero no tiene porqué suponer un peor acceso a bienes básicos para la vida, tales como los cuidados en el ámbito familiar (alimentación, atención a niños/as y mayores). Se ahorrará en la factura monetaria de energía y materiales, a cambio de dedicar más tiempo a proveer dichos bienes mediante la autoproducción.
No obstante, aún hay margen para aumentar el trabajo remunerado en sectores intensivos en mano de obra, fundamentalmente servicios ligados a los cuidados de las personas, que en los últimos años están siendo desmontados por las diferentes administraciones públicas: educación, sanidad, atención a la infancia y a la dependencia. El aumento del empleo aquí impulsa el crecimiento, con muy pocas implicaciones negativas sobre el agotamiento de recursos naturales, y al contrario, ayudando a aumentar la cohesión social y a disminuir las desigualdades.
Frente a la posibilidad de trabajar menos para que trabajemos todos, la UE fomenta políticas de trabajar más horas (aumento de la jornada laboral), durante más años (alargamiento de la edad de jubilación) y a cambio de un menor salario. Todo en aras de mejorar la competitividad frente al exterior, aunque sea a cambio de empeorar los derechos sociales en el interior.
El Consejo Europeo de Bruselas celebrado los pasados 27 y 28 de junio de 2013 se ha cerrado sin medidas de calado para afrontar la situación de desempleo en que se encuentran 27 millones de personas en la UE. En lo relativo al desempleo juvenil tan sólo se ha acordado adelantar a 2014 y 2015 la cantidad de 6.000 millones de euros sobre un monto global de 8.000 millones de euros para el período 2014-2020. Al día siguiente del Consejo, la Canciller Merkel dejó claro a los jóvenes desempleados de la UE que no va a poder ofrecerles en poco tiempo un puesto de trabajo y que la garantía juvenil pactada por la Unión es difícil de poner en práctica. Esa medida, asumida por los Veintisiete en los últimos meses, establece que todos los europeos de hasta 25 años deben tener acceso a un trabajo, formación o prácticas en un plazo máximo de cuatro meses tras terminar sus estudios o quedar desempleados. "Es un objetivo, es lo que perseguimos, pero deberíamos ser honestos y no despertar falsas expectativas porque de otro modo solo habría decepción como resultado", subrayó Merkel.  El otro gran pilar del plan europeo para impulsar la contratación de jóvenes pasa por facilitar el crédito a las pequeñas y medianas empresas, para que puedan crecer y ampliar sus plantillas. (La Vanguardia, 2013).
No hacen falta más palabras para describir el “entusiasmo” existente en la UE para luchar contra el desempleo juvenil en los países de la periferia del euro. La evidencia se impone por la vía de los hechos, y el desempleo, que tradicionalmente había sido el objetivo prioritario de política económica para gobiernos de todo signo político, ha sido absolutamente relegado en beneficio de la reducción del déficit público. Lo de que llegue el crédito a las PYMES para que inviertan y contraten, es una cantinela que estamos oyendo desde 2008. Es querer y no poder mientras se siga confiando esa tarea a entidades financieras privadas zombies. ¡Cuánta falta hace una banca pública y cooperativa y qué poco interés tienen los gobiernos en impulsarlas!.

1.4. Porque algún dirigente de la Unión Europea ya lo cuestionó hace años

Aprovechando que estamos en un Curso de Verano sobre la Unión Europea, echemos la vista atrás para conocer la postura de algún dirigente europeo relevante en el tema que nos ocupa.
Sicco Mansholt fue un político holandés que asumió diferentes cargos en la Comisión Europea entre 1958 y 1973. Se le considera el padre de la Política Agraria Común, llegando a ser Presidente de la Comisión Europea entre marzo de 1972 y enero de 1973. En 1972 afirmaba:
“hay que reducir nuestro crecimiento económico y sustituirlo por la noción de otra cultura de la felicidad y del bienestar (…) el crecimiento es solo un objetivo político inmediato que sirve a los intereses de las minorías dominantes” (Latouche, 2006).
Por si esto fuera poco, en 1973 Mansholt decía:
“Para mí, la cuestión más importante es cómo podemos alcanzar un crecimiento cero en esta sociedad. Para mí no hay duda de que en nuestras sociedades occidentales hay que alcanzar un crecimiento cero (…) Si no lo conseguimos, la distancia, las tensiones entre las naciones ricas y pobres será cada vez mayor (…) Me preocupa si conseguiremos mantener bajo control estos poderes que luchan por un crecimiento permanente. Todo nuestro sistema social insiste en el crecimiento” (Jofra Sora, 2008, 12).
Lógicamente, después de esta toma de postura, en 1973 finalizó su carrera política en las instituciones europeas. ¿Imaginamos al señor Durao Barroso hoy día haciendo afirmaciones de este calado?. ¿Es hoy la Unión Europea referencia mundial en denunciar y proponer alternativas al capitalismo salvaje y depredador que impera en la Tierra?.



[1] John Ralston Saul (2013) es de la opinión de que “Existe una nueva religión absoluta del crecimiento, el comercio, la santidad de la deuda y de los contratos comerciales, con la que intentan hacernos creer lo inteligentes que son los políticos y lo estúpidos que somos los demás. Da igual lo mala que sea la situación actual, ellos siguen aplicando las mismas recetas, haciendo lo mismo. Eso es lo que se está haciendo en España y en todas partes. El sistema avanza en la misma dirección. Los problemas que hay se están agravando. Nadie reconoce cuál es el auténtico problema. El crecimiento no nos va a sacar de donde estamos; la austeridad, tampoco. Veremos cómo resisten todo esto las democracias”.
 
[2] El estudio de la New Economics Foundation,21 horas: Por qué una semana laboral más corta puede ayudarnos a prosperar en el siglo XXI”, argumenta que liberar tiempo del trabajo remunerado puede ayudar a vivir de forma mucho más sostenible y satisfactoria (Coote et al, 2011, citado en Marcellesi y Esteban, 2011).