martes, 11 de diciembre de 2012

Reflexiones de Edgar Morin sobre el futuro de la humanidad


Descubrí a Edgar Morin en 1993. Por indicación de Federico Aguilera Klink, mi maestro, amigo y codirector de tesis doctoral, leí un artículo suyo con el título "El desafío de la globalidad", en el número 16 de la revista Archipiélago. Después de su lectura escribí en mi tesis lo siguiente:

"Una reflexión sobre lo que Edgar Morin (1993) ha definido como conocimiento pertinente resulta apropiada antes de entrar en materia. Frente a la idea común de que la especialización y la abstracción son garantía de éxito cognitivo, existe la opinión de que la contextualización del conocimiento nos da pistas más seguras sobre su validez. Ello lleva a Morin a afirmar que la matematización de la economía a costa de abstraerse de las condiciones sociales, históricas, políticas, psicológicas y ecológicas ha quebrado sus posibilidades de convertirse en una disciplina de verdadera utilidad social, debido a su incapacidad para percibir la complejidad de los problemas humanos. La resistencia al pensamiento multidisciplinar es un claro botón de muestra de cómo se restringen los desarrollos científicos fuera de los compartimentos estancos de cada una de las disciplinas, limitando toda posibilidad de comprensión y reflexión desde la pluralidad -lo que a mi entender es la verdadera comprensión".

Textualmente, Morin (1993, 69) exponía en su artículo que "la inteligencia parcelada, compartimentada, mecanicista, disyuntiva, reduccionista, rompe lo complejo del mundo en fragmentos disjuntos, fracciona los problemas, separa lo que está enlazado, unidimensionaliza lo multidimensional. Es una inteligencia a la vez miope, présbita, daltónica y tuerta; lo más habitual es que acabe ciega. Destruye en embrión toda posibilidad de comprensión y de reflexión, eliminando así cualquier eventual juicio correctivo o perspectiva a largo plazo (...) Incapaz de enfocar el contexto y el complejo planetario, la inteligencia ciega se vuelve inconsciente e irresponsable. Se ha vuelto mortífera. La verdadera racionalidad es abierta, y dialoga con una realidad que se le resiste. Lleva a cabo un tráfico incesante entre la lógica y lo empírico; es fruto del debate argumentado de ideas y no una propiedad de un sistema de ideas. La verdadera racionalidad conoce los límites de la lógica, del determinismo, del mecanicismo; sabe que el espíritu humano no sabría ser omnisciente; que la realidad conlleva misterio. Negocia con lo irracionalizado, lo obscuro, lo irracionalizable. Debe luchar contra la racionalización que bebe en las mismas fuentes que las suyas y que, sin embargo, no contiene, en ése su sistema coherente que se quiere exhaustivo, más que fragmentos de realidad. No sólo es crítica, sino autocrítica."

En 2011, justo cuando acababa de cumplir los 90 años, Morin publicó La vía. Para el futuro de la humanidad. En este libro reflexiona sobre los principales problemas a los que se enfrentan nuestras sociedades imbuidas por la globalización, la occidentalización y el desarrollo. He terminado de leer la introducción al mismo y he disfrutado de su clarividencia...y esperanza. Comparto más abajo algunos párrafos de esta introducción que pueden servirnos para pensar dónde estamos y por dónde se atisban territorios sobre los que abrir estelas (vías, como él las llama).

La crisis del desarrollo.
El crecimiento se concibe como el motor evidente e infalible del desarrollo, y el desarrollo como el motor evidente e infalible del crecimiento. Ambos términos son, a la vez, fin y medio el uno del otro. Ahora bien, como dijo Kenneth Boulding, citado en el epígrafe, ‘quien crea que un crecimiento exponencial puede durar siempre en un mundo finito o es un loco o es un economista’ (…)
El desarrollo es una fórmula estándar que ignora los contextos humanos y culturales. Se aplica de forma indiferenciada sobre sociedades y culturas muy diversas, sin tener en cuenta sus singularidades, sus saberes y sus técnicas, sus formas de vida, vigentes en pueblos de los cuales se denuncia el analfabetismo, sin percibir las riquezas de sus culturas orales tradicionales. Constituye un verdadero etnocidio para los pueblos pequeños.
De hecho, el desarrollo presenta el modelo occidental como arquetipo universal para todo el planeta. Supone que las sociedades occidentales constituyen la finalidad de la historia humana. Producto del sociocentrismo occidental, el desarrollo también es el motor de una occidentalización frenética y, aunque no aporta al resto del mundo lo que la civilización occidental tiene de positivo (derechos humanos, libertades, democracia), sí comporta inevitablemente sus vicios.
El desarrollo, que pretende ser una solución, ignora que las propias sociedades occidentales están en crisis a causa, precisamente, de ese desarrollo, que ha segregado un subdesarrollo intelectual, físico y moral. Intelectual, porque la formación disciplinar que recibimos los occidentales, al enseñarnos a disociarlo todo, nos ha hecho perder la capacidad de relacionar las cosas y, por lo tanto, de pensar los problemas fundamentales y globales. Físico, porque estamos dominados por una lógica puramente económica, que no ve más perspectiva política que el crecimiento y el desarrollo, y estamos abocados a considerarlo todo en términos cuantitativos y materiales. Moral, porque el egocentrismo domina sobre la solidaridad. Además, la hiperespecialización, el hiperindividualismo y la falta de solidaridad desembocan en el malestar, incluso en el seno del confort material" (Morin, 2011).

“De ahí que, efectivamente, la globalización sea, a la vez, lo mejor (la posibilidad de que emerja un mundo nuevo) y lo peor (la posibilidad de que la humanidad se autodestruya). Comporta unos riesgos inauditos, pero también unas increíbles oportunidades. Lleva consigo una probable catástrofe, pero también permite la improbable aunque posible esperanza.
Estos procesos actuales presentan ambivalencias.
Toda crisis comporta riesgos y oportunidades, y la crisis planetaria lo hace de forma paroxística. La oportunidad está en el riesgo. La oportunidad aumenta con el riesgo. ‘Donde crece el peligro también crece aquello que salva’ (Hölderlin).
Pero la oportunidad sólo es posible si es posible cambiar de vía.
¿Es posible?” (Morin, 2011, 31).

La efervescencia creativa
En nuestra época debería fraguarse un replanteamiento, más profundo, incluso, que el del Renacimiento. Hay que repensarlo todo. Debemos volver a empezar.
De hecho, todo ha empezado ya, pero sin que lo advirtamos. Estamos en el estadio de unos preliminares modestos, invisibles, marginales y dispersos. Ya existen, en todos los continentes y en todas las naciones, una efervescencia creativa, una multitud de iniciativas locales que avanzan en el sentido de la regeneración económica, social, política, cognitiva, educativa, étnica o existencial. Pero todo lo que debería estar relacionado se encuentra disperso, separado, compartimentado. Estas iniciativas no están relacionadas entre sí, ninguna administración las tiene censadas, ningún partido toma nota de ellas. Pero son la cantera del futuro. Se trata de reconocerlas, de censarlas, de cotejarlas, de incluirlas en un repertorio, para abrir, así, una pluralidad de caminos reformadores. Son vías múltiples que, desarrollándose conjuntamente, podrán conjugarse para formar la nueva Vía, que descompondrá la que estamos siguiendo y nos dirigirá hacia la metamorfosis, todavía invisible e inconcebible.
La salvación ha empezado por la base” (Morin, 2011, 34).

"Ya no basta con denunciar. Ahora es preciso enunciar. No es suficiente reconocer la urgencia. También hay que saber empezar: empezar definiendo las vías que podrían conducir a la Vía (...) El origen está ante nosotros, decía Heidegger. La metamorfosis sería, realmente, un nuevo origen” (Morin, 2011, 35-37)