jueves, 24 de noviembre de 2016

De mentiras a saberes. Reflexiones sobre la minería de las tierras raras


La vida es desaprender. Olvidar todo aquello que un día nos contaron y que luego descubrimos que no nos servía. Ni para cultivar sonrisas, ni para soñar, ni para desterrar miedos.
 
Si no desaprendemos, repetimos errores, y como la paloma que se equivocaba, confundimos el mar con el cielo, la noche con la mañana y las estrellas con el rocío.

1.    NOS DIJERON


Que para conseguir la prosperidad debíamos poner todo nuestro empeño en modernizar nuestras sociedades.

Que si la producción y el consumo crecían constantemente, no debíamos preocuparnos por nada más, que todo lo que viniera tras su estela sería bueno sin discusión. Que más siempre es mejor.

Que desde la tierra fértil de nuestros campos hasta las entrañas de la Tierra, todo había que convertirlo en beneficio monetario.
 

2.    HEMOS DESCUBIERTO


Que nos faltan saberes y nos sobran mentiras, y que siguiendo a Edgar Morin (Los siete saberes necesarios para la educación del futuro, 2001, Paidós), tenemos que cambiar la vía de la economía del futuro.

2.1.           Las cegueras de la economía convencional


Un sistema económico y social que se reproduce a través de la esquilmación de la Naturaleza y de la ampliación de la brecha de la desigualdad entre las personas y los pueblos, está enfermo. Genera daño, frustración y niega el futuro. Vive instalado en la ilusión de que nuevas vueltas a la tuerca del crecimiento van a ser el remedio a todos sus males.

Cada vez más gente cae en la cuenta de esta falacia, y se debate entre creerse sus propias mentiras o la búsqueda de la lucidez, aunque sea por los márgenes de nuevas formas de ser y estar.

La minería de las tierras raras no es un recurso para el futuro del Campo de Montiel, sino una ilusión más del desarrollismo capitalista que busca convertirlo todo en beneficios. En el actual contexto del capitalismo terminal, corresponde liquidar la vorágine desenfrenada de producción y consumo que nos ha traído hasta aquí, basada en actividades extractivas de recursos materiales y energéticos no renovables. Por esta vía ya no hay futuro.

2.2.           Los principios de una economía pertinente


Lo que ocurre en cada uno de los rincones de este mundo no es fruto de la casualidad ni de un mercado autorregulado. Todo está perfectamente planificado por el capital financiero-industrial para que parezca fruto de un devenir natural. La soberanía del consumidor en que se basa la economía convencional es un mito. Si hay que hablar de soberanía, en todo caso sería la del capital transnacional que define e impone gustos y estrategias para mayor gloria de su cuenta de resultados.

El reduccionismo monetario a través del cual se dilucidan las decisiones de inversión especulativa a lo largo y ancho del planeta, no tiene ningún interés en tener en cuenta los daños para la colectividad que se derivan de determinadas actividades económicas.

Es preciso contextualizar la minería de tierras raras como recurso estratégico en la fase actual del capitalismo, que utiliza de manera precisa las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TIC) para domesticar y manipular a la ciudadanía. Un libro de papel, hoy más que nunca, es un elemento subversivo desenganchado del control de los buscadores de internet. Las tierras raras son imprescindibles para el futuro que Orwell ya anticipaba en su libro 1984, una distopía de vigilancias omnipresentes, de policías del pensamiento y de neolenguas represivas.

Las inteligencias artificiales, y todos los recursos estratégicos y tecnologías que van de su mano, no deben convertirse en carceleros de los seres humanos, ni llegar a ser el próximo estadio de una sociedad que hoy ya está subyugada por el pensamiento tecnocrático, “incapaz de comprender lo vivo y lo humano”.

“Por todas partes y durante décadas, soluciones presuntamente racionales, sugeridas por expertos que estaban convencidos de actuar en bien de la razón y del progreso, y de que entre las costumbres y temores de las poblaciones sólo había supersticiones, han empobrecido al enriquecer, han destruido al crear” (Morin, 2001, 53-54).

1.3.           Enseñar una economía humana


Nuestra cultura es nuestra conciencia. Generaciones que nos han precedido han logrado conseguir de la tierra, con esfuerzo pero en armonía, los frutos que nos permiten la vida. Hoy, el sistema capitalista nos ha desarraigado y convertido en extraños que desconocen, incluso desprecian, lo más íntimo de lo que nos rodea.
 
la evolución verdaderamente humana significa desarrollo conjunto de la autonomía individual, de la participación comunitaria y del sentido de pertenencia a la especie humana” (Morin, 2001, 66).

Lo económico no es ni la única ni la principal motivación de las personas. Somos un manojo de razones, egoísmos, quimeras, seguridades y pérdidas. Todo ello ponderado o exacerbado por culturas locales en el seno de una especie única.

La minería de tierras raras no nos une al resto del mundo por su humanidad igualitaria, sino por una dependencia periférica, que ni entendemos ni controlamos. Puede que sea negocio para unas cuantas grandes empresas, pero no es futuro para la humanidad.

2.4.           Economía y territorio


La extensión y la grandeza del mundo no debe hacernos olvidar la dependencia radical de nuestros espacios más cercanos y frágiles. El mundo del comercio global a gran escala está llegando a su fin, tanto por sus contradicciones sociales (la deslocalización industrial genera precariedad y marginación en ambos extremos de la cadena) como ambientales (por basarse en el consumo de recursos naturales energéticos que están en franco agotamiento).

Toca relocalizar nuestras economías y hacerlas más eficientes en términos energéticos y sociales, verdaderos factores limitantes del actual estilo de vida capitalista.

“El planeta no es un sistema global sino un torbellino en movimiento, desprovisto de centro organizador. Este planeta pide un pensamiento policéntrico capaz de un universalismo no abstracto sino consciente de la unidad-diversidad de la condición humana; un pensamiento policéntrico, alimentado con las culturas del mundo” (Morin, 2001, 77).

La minería de las tierras raras no favorece una “ética de la comprensión planetaria”, que comienza por el cuidado de nuestro entorno más cercano. Lo que no queremos para nosotros/as, no lo deseamos para nadie y no lo deberíamos apoyar de ninguna manera, ni siquiera con nuestras decisiones de consumo.

2.5.           La economía debe afrontar las incertidumbres


La ciencia económica convencional no se caracteriza por su capacidad predictiva. No obstante, los modelos que desde otros ámbitos distintos a la economía tratan de prever las disponibilidades de recursos materiales y energéticos en el futuro, son todos concluyentes en cuanto a su agotamiento acelerado. Un futuro cierto en cuanto al colapso civilizatorio, e incierto respecto a los derroteros respecto al postcolapso.

Impulsar nuevas formas de organización económica y social, más centradas en lo comunitario, reduciendo el protagonismo del supuesto mercado autorregulado (mejor diríamos mercado planificado), hoy puede parecer una quimera. No obstante, ello ya tuvo lugar en un pasado no tan remoto, y como impronta cultural exitosa de adaptación a nuestro medio, puede volver a ser realidad en el futuro, si se superan autoritarismos y despotismos.

La explotación de las tierras raras, en la línea de negocios mineros similares en otras partes del mundo, se llevaría a cabo a costa del respeto a la vida que nos rodea, y por ello mismo, depararía más incertidumbre sobre nuestro futuro al reducir las opciones a nuestra disposición para afrontarlo.

2.6.           La economía de la comprensión


No comprendemos nada cuando imponemos nuestra verdad, cuando no respetamos la voluntad de otras personas que desean otro estilo de vida.

No vale aquello de que ciertas decisiones son muy complejas, y necesitan ser tomadas exclusivamente por expertos de acuerdo con criterios técnicos. Y que la ciudadanía, por tanto, debe conformarse con ser espectadora, presta a obedecer lo que en ciertas instancias se haya acordado. “Nada humano me es ajeno” que diría Terencio, lo que traducido al caso que nos ocupa supondría velar para que la democracia de alta intensidad, de autogestión y acción directa, se imponga en todos los aspectos de la vida comunitaria.

Las tierras raras nos las tienen que presentar sin tapujos, para que podamos descubrir lo que de oculto hay en ellas. Y si quienes las promueven en los ámbitos empresarial y político se niegan a ello o lo hacen con dobleces, no podemos por menos que dudar de las bondades que nos cuentan.

2.7.           La economía del género humano


Nuestra visión de la economía debe de ir más allá de nuestros intereses más inmediatos como individuos y como sociedad, para abarcar a todo el género humano. No nos valen los argumentos que apuestan por la explotación de la minería de las tierras raras porque dichos minerales son básicos para la fabricación de modernos artefactos tecnológicos propios de nuestra sociedad. Ningún desarrollo tecnológico debe tener lugar si deja una estela de graves daños al medio ambiente y a las personas. El fin nunca puede justificar los medios.

3.    DE MENTIRAS A SABERES


Las actividades mineras desarrolladas por grandes compañías multinacionales a lo largo y ancho del mundo, son de pura y simple rapiña. De apropiación y conversión en beneficios privados de lo que debiera ser objeto de gestión y uso comunitario.

Las supuestas virtudes del extractivismo forman parte de un relato falso e interesado, al servicio de los poderes financieros, que con la continua apropiación de recursos básicos consiguen mantener sus privilegios aumentando el control sobre la vida de la gente.

Toca perseguir sólo sueños cargados de futuro para la humanidad. De respeto a las leyes de la biosfera y al conjunto de seres vivos, porque es ahí donde tiene lugar la vida humana. La Tierra y mil formas de vida estuvieron antes de la aparición de los seres humanos sobre su faz, y estarán después de que el colapso condene a la especie humana a su desaparición o a sobrevivir.

Con lo que sabemos merece la pena luchar, para saber más, para cuidar más.