El pasado 19 de agosto, el Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino (lo del nombre se las trae) publicó en el Boletín Oficial del Estado la Orden Ministerial por la que se aprueba el Programa de Acción Nacional de Lucha contra la Desertificación (PAND). Si acudimos a echar una ojeada al Mapa de Riesgo de Desertificación, los colores peligrosos pintan un panorama descorazonador en la provincia de Albacete (ver aquí). El riesgo es muy alto y alto en toda la mitad este de la provincia, sólo superada por Murcia en el conjunto de España.
¿Y qué es eso de la desertificación? La disminución irreversible, al menos a escala temporal humana, de los niveles de productividad de los ecosistemas terrestres, como resultado de la sobreexplotación, uso y gestión inapropiados, de los recursos en medios afectados por la aridez y la sequía. La fertilidad del suelo es junto con la disponibilidad de agua condición necesaria para la vida humana. Los desiertos son justo lo contrario: ausencia de suelo fértil y de agua. Y ese es el horizonte probable que se cierne sobre buena parte de la provincia según los datos a que nos hemos referido.
Si bien hay una conjunción de causas que abocan a la desertificación (ver aquí), para el caso de la provincia de Albacete voy a hacer hincapié en dos de ellas, las cuales se refuerzan mutuamente:
- La crisis de la agricultura tradicional, que, paradójicamente, se manifiesta tanto en el abandono de tierras como en la intensificación del uso de las mismas.
- La explotación insostenible de los recursos hídricos, que es causa de la contaminación química, la salinización y el agotamiento de los acuíferos.
La interacción de ambas causas ha generado en los últimos años paisajes absolutamente inhóspitos en La Manchuela, La Mancha, Sierra del Segura y los Campos de Hellín, caracterizados por:
- Monocultivos de regadío, basados en la sobreexplotación de aguas subterráneas del acuífero de La Mancha Oriental, intensivos en fertilizantes químicos y pesticidas, para aumentar la producción tanto de cultivos ajenos (maíz, remolacha, alfalfa) como propios (vid, cebada, trigo, olivo). El caso de las reconversiones varietales del viñedo, apoyadas a través de la política agraria de la Unión Europea y de la Junta de Castilla-La Mancha, no ha podido ser más dañino desde el punto de vista ambiental (por el gran aumento de viñedos en regadío) y social (por los aumentos de producción asociados al regadío y a la técnica en espaldera y el consiguiente hundimiento de precios). Por el contrario, la agricultura tradicional, garante de la soberanía y la calidad alimentaria y del mantenimiento de la actividad económica en el medio rural, languidece y muere en el olvido.
- Secado de fuentes, manantiales, regueros, ramblas, incluso cauces de ríos (ver aquí el caso de los ríos Júcar y Cabriel). Se ha aniquilado la biodiversidad no sólo de los cauces principales, sino también de toda la red de espacios del agua que se generaban a su alrededor, convirtiéndose en presa fácil de la erosión. Además, la calidad del agua para uso humano se ha deteriorado hasta el extremo de tener que plantear obras “salvadoras”, faraónicas y desproporcionadas para “dar de beber” después de haber fomentado el despilfarro y la contaminación del agua (caso del Trasvase Tajo-La Mancha, abastecimiento a Albacete desde El Picazo vía acueducto Tajo-Segura, proyecto de abastecimiento a La Manchuela desde El Picazo).
Mientras tanto, la política del Ministerio y de la Junta de Castilla-La Mancha apuesta, con presupuestos raquíticos, por repoblaciones y diques de contención en las grandes ramblas, mientras se olvidan y deterioran, cuando no se ponen patas arriba, las tradicionales calzadas y ribazos a pie de parcela, porque estorban para “modernizar” muchas explotaciones agrarias. Lo de siempre, frente al deterioro ambiental, obras para maquillar las consecuencias, nunca planes para cortar de raíz sus causas.
Para terminar, sacar a colación la actuación que la antigua Consejería de Medio Ambiente y Desarrollo Rural presentó hace unos días (ver aquí) y que tenía que ver con la rehabilitación de un tramo de la ribera del río Júcar en las inmediaciones de la ciudad de Albacete. La “rehabilitación”, por llamarla de alguna manera, no tiene desperdicio, y hasta el momento ha consistido en hacer un camino de madera a modo de pasarela, para no perturbar el medio más de lo que ya está. De recuperar fuentes y manantiales, de recuperar vida, nada de nada. De decorar paisajes con madera tratada en autoclave, lo que haga falta. El título del artículo periodístico que daba cuenta de esta noticia era absolutamente premonitorio “Las tablas del río Júcar”. Ojalá, el fin del Júcar sea diferente al del humedal de Daimiel, aunque hoy por hoy, desgraciadamente, no hay demasiados signos para la esperanza.
¿Y qué es eso de la desertificación? La disminución irreversible, al menos a escala temporal humana, de los niveles de productividad de los ecosistemas terrestres, como resultado de la sobreexplotación, uso y gestión inapropiados, de los recursos en medios afectados por la aridez y la sequía. La fertilidad del suelo es junto con la disponibilidad de agua condición necesaria para la vida humana. Los desiertos son justo lo contrario: ausencia de suelo fértil y de agua. Y ese es el horizonte probable que se cierne sobre buena parte de la provincia según los datos a que nos hemos referido.
Si bien hay una conjunción de causas que abocan a la desertificación (ver aquí), para el caso de la provincia de Albacete voy a hacer hincapié en dos de ellas, las cuales se refuerzan mutuamente:
- La crisis de la agricultura tradicional, que, paradójicamente, se manifiesta tanto en el abandono de tierras como en la intensificación del uso de las mismas.
- La explotación insostenible de los recursos hídricos, que es causa de la contaminación química, la salinización y el agotamiento de los acuíferos.
La interacción de ambas causas ha generado en los últimos años paisajes absolutamente inhóspitos en La Manchuela, La Mancha, Sierra del Segura y los Campos de Hellín, caracterizados por:
- Monocultivos de regadío, basados en la sobreexplotación de aguas subterráneas del acuífero de La Mancha Oriental, intensivos en fertilizantes químicos y pesticidas, para aumentar la producción tanto de cultivos ajenos (maíz, remolacha, alfalfa) como propios (vid, cebada, trigo, olivo). El caso de las reconversiones varietales del viñedo, apoyadas a través de la política agraria de la Unión Europea y de la Junta de Castilla-La Mancha, no ha podido ser más dañino desde el punto de vista ambiental (por el gran aumento de viñedos en regadío) y social (por los aumentos de producción asociados al regadío y a la técnica en espaldera y el consiguiente hundimiento de precios). Por el contrario, la agricultura tradicional, garante de la soberanía y la calidad alimentaria y del mantenimiento de la actividad económica en el medio rural, languidece y muere en el olvido.
- Secado de fuentes, manantiales, regueros, ramblas, incluso cauces de ríos (ver aquí el caso de los ríos Júcar y Cabriel). Se ha aniquilado la biodiversidad no sólo de los cauces principales, sino también de toda la red de espacios del agua que se generaban a su alrededor, convirtiéndose en presa fácil de la erosión. Además, la calidad del agua para uso humano se ha deteriorado hasta el extremo de tener que plantear obras “salvadoras”, faraónicas y desproporcionadas para “dar de beber” después de haber fomentado el despilfarro y la contaminación del agua (caso del Trasvase Tajo-La Mancha, abastecimiento a Albacete desde El Picazo vía acueducto Tajo-Segura, proyecto de abastecimiento a La Manchuela desde El Picazo).
Mientras tanto, la política del Ministerio y de la Junta de Castilla-La Mancha apuesta, con presupuestos raquíticos, por repoblaciones y diques de contención en las grandes ramblas, mientras se olvidan y deterioran, cuando no se ponen patas arriba, las tradicionales calzadas y ribazos a pie de parcela, porque estorban para “modernizar” muchas explotaciones agrarias. Lo de siempre, frente al deterioro ambiental, obras para maquillar las consecuencias, nunca planes para cortar de raíz sus causas.
Para terminar, sacar a colación la actuación que la antigua Consejería de Medio Ambiente y Desarrollo Rural presentó hace unos días (ver aquí) y que tenía que ver con la rehabilitación de un tramo de la ribera del río Júcar en las inmediaciones de la ciudad de Albacete. La “rehabilitación”, por llamarla de alguna manera, no tiene desperdicio, y hasta el momento ha consistido en hacer un camino de madera a modo de pasarela, para no perturbar el medio más de lo que ya está. De recuperar fuentes y manantiales, de recuperar vida, nada de nada. De decorar paisajes con madera tratada en autoclave, lo que haga falta. El título del artículo periodístico que daba cuenta de esta noticia era absolutamente premonitorio “Las tablas del río Júcar”. Ojalá, el fin del Júcar sea diferente al del humedal de Daimiel, aunque hoy por hoy, desgraciadamente, no hay demasiados signos para la esperanza.
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