sábado, 19 de abril de 2008

SIEMPRE PREFERÍ LAS REDES DE LOS TRAPECISTAS

Hace unos días se celebró en San Salvador de Jujuy (Argentina) y Tarija (Bolivia) el III Encuentro del Proyecto Transnacional de Cooperación al Desarrollo “Tejiendo Redes”, en el que tuve la suerte de participar.

Amigos y amigas implicados en grupos de desarrollo rural de Guatemala, Uruguay, Bolivia, Argentina y España, compartimos amistad, ilusiones y esperanzas, pero también frustraciones y penas, aunque estas últimas sólo para espolearnos contra la comodidad y la resignación.

Hoy cuando nos referimos a redes lo asociamos con internet y con el trabajo interconectado desde distintas ubicaciones físicas. Ayer, cuando uno habitaba en la infancia, las redes de las que se hablaba eran las de cazar mariposas, las de pescar y las que evitaban que los trapecistas se estamparan contra el suelo en el caso de que sus manos no se sincronizaran en el espacio y el tiempo.

Las dos primeras redes, las de apresar, nunca me interesaron. Siempre pensé que los seres vivos nacieron para volar, correr y nadar. Por ello, me quedo con las redes de trapecistas, esas que nos permiten volar, porque perdemos el miedo a caer.

Y esa es mi metáfora de Tejiendo Redes. Hoy día, avanzar por los caminos de la dignidad para el medio rural a lo largo y ancho de nuestro planeta, requiere volar por encima de obstáculos. Para ello, es fundamental una red de amigos/as que nos cuente su experiencia, que nos asesore sobre los pasos a dar, que nos sepa escuchar,… pero ante todo que sean sinceros/as. Que todo esto se produzca siempre en un plano de igualdad, no hay ni que mentarlo, pues según la Real Academia de la Lengua, la amistad es “afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato”.

Evidentemente, el primer día no se nos ocurrirá realizar el triple salto mortal. Primero nos dedicaremos a balancearnos en la altura para fortalecer nuestros músculos y evitar marearnos cuando nuestra cabeza apunte hacia el suelo, pero conforme consolidemos nuestra posición, comenzaremos a atrevernos con lo difícil. Y en el desarrollo rural, lo difícil es arriesgarse en lo que toca a la innovación, a la valorización de lo propio, a la organización social, a la reivindicación política, a la denuncia de las injusticias, a la lucha por y junto a los más oprimidos,… Y no creamos que esto sólo es tarea para los grupos de acción local del lado oeste del Atlántico. El saqueo, el olvido y la marginación que forman parte de la estela de la globalización neoliberal extiende su manto negro sobre todos los territorios rurales de nuestro planeta. Pero incluso en ese descorazonador caldo de cultivo, con sólo que abramos un poco los ojos, veremos aquí y allá personas con una idea muy clara: la conciencia de pertenencia a un grupo y la organización política, sectorial y territorial es un arma poderosa e invencible como la que más.

Pues eso, que después de verlo todo desde la altura, y hacernos una idea del territorio, toca bajar al suelo, descalzarse, remangarse los pantalones y pisar el barro con nuestros pies descalzos, para que nadie nos tenga que contar sobre el color, el sabor, el olor y el calor (ni los picotazos de los mosquitos) de la tierra que nos acoge.

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