He tenido la dicha de caminar durante una
semana con la columna sureste de la marcha de la dignidad. Más de 200 mujeres y hombres de
las provincias de Murcia, Alicante, Valencia y Albacete que pusieron rumbo a Madrid
para decir alto y claro LAS PERSONAS PRIMERO.
Sin menospreciar en ningún momento el resultado
(el éxito final de la manifestación del sábado 22 de marzo), lo mejor fue el proceso
(el camino previo que nos llevó hasta Atocha). Desde
el primer momento en que uno se incorpora a la marcha, se tiene la sensación de
estar con amigos/as de toda la vida, con los que puedes retomar una conversación
en el mismo punto en que se dejaba ayer. Gentes curtidas en mil luchas justas,
que rebosan sencillez y humanidad, que tienen muy claro que sólo hay un camino
para enfrentar la actual fase de rapiña global del gran capital: reforzar los
vínculos que unen a quienes creen en la cooperación y la fraternidad entre los
pueblos.
Y en el camino se entremezclaban afectados/as
por los desahucios, desempleados/as, defensores de sanidad, educación y
servicios sociales públicos y de calidad, colectivos de discapacitados/as, ecologistas,
partidarios de realizar una auditoría a la deuda pública, concejales/as de
ayuntamientos, militantes y simpatizantes de partidos políticos y sindicatos
que se oponen a los gobiernos de la troika,…y personas normales y corrientes,
que se niegan a ser cómplices con su silencio y su pasividad de políticas públicas
que destrozan y humillan a la gente.
Y como siempre, hay altos en el camino, que
sirven para reponer fuerzas y para saborear el paisaje, constatando que los
anhelos de cada uno/a de nosotros/as son compartidos por mucha más gente en
lugares que ni siquiera conocíamos. Los recibimientos de la gente de los
pueblos de la ruta con sonrisas cómplices, con lágrimas de emoción y/o con el
puño en alto, hacen que el desayuno, la comida o la cena, preparada por
extraños/as, sepa igual o mejor que en nuestra propia casa: caldo de patatas
con bacalao, con cordero, con verduras, cocido, estofado de habichuelas, tortillas
de patatas, macarrones, bocadillos de chorizo, caldo reparador, fruta, café con
leche, magdalenas, galletas,… Una metáfora de lo que es la cooperación entre
iguales: dividiendo tareas y estando prestos a echar una mano en todos aquellos
temas que incumben a la comunidad. Sin temer ni preocuparnos por la manera en
que resolveremos nuestras necesidades básicas, porque sabemos que si todos/as
nos responsabilizamos de todos/as, hay recursos y manos de sobra para que nadie
quede marginado, y para que además, crezcamos como personas y nos lo pasemos bien.
Lo público (lo comunitario) por su capacidad para
la redistribución de la renta y la riqueza, así como para garantizar los
cuidados a las personas dependientes, es el instrumento clave para luchar
contra la desigualdad y para mejorar la calidad de vida. Los intereses privados
SIEMPRE deben estar supeditados a los comunitarios, no como ahora que ocurre
justo al revés. Y para ello, las marchas de la dignidad predican con el
ejemplo, reuniéndose en Asamblea, debatiendo y decidiendo de manera
transparente, al contrario que el actual sistema político al que “llaman
democracia y no lo es, es una dictadura y lo sabemos”.
Personas diversas que se juntan con el
objetivo de construir un mundo justo e inclusivo. La marcha de la dignidad es
el camino.
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