En los últimos años, las clases
medias y bajas de los países capitalistas de segunda división (España entre
ellos), están experimentando en propias carnes una mayor precariedad y falta de
esperanza en el futuro. El 80% de la población mundial, arrinconada y explotada
en los países empobrecidos, ya estaba instalada en una crisis permanente desde
mucho tiempo atrás, pero eso no era un problema acá.
Aquella máxima de que el
crecimiento económico resolvería los males de todos/as, de los de arriba por la
progresiva acumulación y de los de abajo por el rebosamiento de la opulencia,
ya no tiene más recorrido. Además de ser profundamente inhumana e injusta, y
sólo por eso estar condenada a ser reconsiderada (por las buenas) o dinamitada
(por las malas), también nos hemos percatado de que la explotación a gran
escala de los recursos naturales (materiales y energéticos) en que se basaba,
ha llegado ya a su cénit, y ahora sólo cabe prepararnos para un futuro donde si
hay algo seguro es que nuestros estilos de vida ya no serán continuación de los
que han tenido lugar durante el último siglo de uso masivo de petróleo y
envenenamiento de la Naturaleza.
Creo que las metáforas de
Machado, sobre las huellas y el camino, sobre el olmo viejo, nos dan pistas
para repensar nuestras vidas personales y sociales, en la perspectiva de un
nuevo mundo. Nuestra libertad, si realmente hacemos uso de ella (que ese es
otro cantar), nos permite poner nuestros pies allá donde queramos. Aunque desde
arriba se nos construya una autovía de gran capacidad y se nos lance por el
carril de aceleración, para transitar por caminos marcados donde la prisa nos
distrae de la vida, las gentes pueden juntarse, abajo, para intuir estelas de
dignidad, que a ras de tierra, tomando lo mejor de aquellas culturas que nos
precedieron en el espacio, revitalizar nuestros territorios, rompiendo el
maleficio de la uniformidad y de la globalización mercantil que siembran la alienación
por doquier.
El olmo viejo es el espíritu trascendente
de la humanidad, garantía de convivencia, respeto y cooperación. Al final, las
hojas verdes (que no brotes del mismo color, que eso suena a neoliberalismo puro
y duro), son la vida, que cada primavera acude puntual a su cita con todos los
bichos y matojos. La primavera, en nuestras culturas rurales olvidadas y
despreciadas, es la explosión de la vida sin ataduras, y sólo domesticada un
poco para conseguir el sustento de las personas. Porque las personas no estamos
hechas para competir a muerte unas con otras, sino para cooperar. Lo monetario
no debe convertirse en el fin último de nuestras vidas, y cuando así ocurre,
mucha gente, comenzando por nosotros/as mismos/as, lo pasamos mal. El olmo
viejo (sabio por viejo) es la victoria de la vida, al que le bastan las lluvias
de abril y el sol de mayo para resucitar de su letargo. Aún no estamos muertos,
y vivos no podemos descansar en paz mientras las injusticias aporrean la aldaba
de nuestras conciencias, mientras nuestras formas de estar y de ser alientan
dichas injusticias.
Ni a leñadores ni a carpinteros
sin escrúpulos debemos vender la vida que nos rodea y la vida que somos. En mi
tierra los almendros ya han florecido y prometen fruto si logramos alejar el
frío de la indiferencia.
1 comentario:
Es lo que tienen los almendros en flor, nos conmueven y ayudan a nuestra renovación. Pena que no todos los humanos puedan disfrutar de ello.
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