El pasado sábado vio la luz la Declaración Final de la Cumbre de Washington que el grupo de países G-20 celebró en la capital del imperio. A continuación hago unos comentarios a la parte de los Principios de dicha Declaración. En lo que respecta al Plan de Acción, además de ser sumamente denso, requerirá observar cómo se va concretando en la práctica para poder hacer un análisis más pormenorizado, si bien, de entrada, cabría ponerle la coletilla de “Plan de Acción para no culpar a nadie y para no echar a nadie del casino financiero”, que es lo mismo que decir “para que siga el juego”.
En la Declaración Final se sigue planteando el objetivo de restaurar el crecimiento económico en los términos en que lo ha entendido el sistema capitalista durante el último siglo, supone no considerar como un problema el agotamiento de los recursos naturales y el aumento de los niveles de contaminación que están poniendo en peligro la continuidad de la vida sobre el planeta. Desarrollar conceptos emergentes como el “decrecimiento” y “la satisfacción austera de las necesidades básicas” nos permitiría a la vez conectar la conservación del medio ambiente con la reducción efectiva de la pobreza. Además, hablar sólo de reformas en los sistemas financieros mundiales, implica que se vuelvan a dejar tiradas en la cuneta reformas más urgentes si cabe, tales como los movimientos de personas (migraciones), el comercio internacional de alimentos (soberanía alimentaria) y la política energética (energías renovables).
Continua poniendo como guía los principios del mercado (suponemos que el libre, claro), ese que elimina obstáculos al comercio y la inversión, es seguir confiando en uno de los pilares básicos del neoliberalismo que ha conducido en los últimos 30 años a aumentar las desigualdades entre los diferentes pueblos de la Tierra y a aumentar los procesos de rapiña y expolio del Sur dirigidos desde los gobiernos y multinacionales del Norte. Ese no es el camino para la pretendida reducción de la pobreza.
No estaría mal que la Declaración hubiera sido algo más explícita cuando afirma que se han llevado a cabo “unas políticas macroeconómicas incoherentes e insuficientemente coordinadas y unas reformas estructurales inadecuadas que han llevado a unos resultados macroeconómicos insostenibles a escala global”. La cita entrecomillada es absolutamente demoledora y pone en cuestión todo el marco institucional y de política económica seguido en los últimos tiempos, y se deja ahí, como caída del cielo. Es como decir, “la crisis se debe a que hemos hecho todo mal”…y tan panchos.
Cuando se afirma que van a mantener los esfuerzos para estabilizar el sistema financiero, no estaría mal que se explicitara si con recursos públicos a fondo perdido o de acuerdo con el principio de “quien se equivoca” paga (desembolsa privadamente los costes, igual que en su día se embolsó los beneficios a título individual).
También se apela a la política monetaria para salir del atolladero. Quedando en el aire el matiz de si política monetaria contractiva (aumento del tipo de interés) para luchar contra la inflación y ahogar a las familias y a las PYMES; o la política monetaria expansiva (reducción del tipo de interés) para dar oxígeno a los agentes económicos más desprotegidos. En Europa, esta última política se ha comenzado a instrumentar con más de un año de retraso respecto al estallido de la crisis de las hipotecas subprime en Estados Unidos, favoreciendo así una crisis de la economía real de mayor profundidad.
Se afirma la conveniencia de recurrir a medidas fiscales para estimular las demandas internas en un marco político de sostenibilidad fiscal. Y eso no es otra cosa que la cuadratura del círculo. Por un lado, se propone la reducción de impuestos (sin señalar de dónde, para despistar más); por otro, aunque no se dice, será preciso un mayor gasto público para atender los subsidios de desempleo; y por último, la actividad económica retrocede por que ya se ha entrado en recesión (crecimiento económico negativo), con lo que los ingresos fiscales se reducirán aunque se mantuvieran los tipos impositivos. ¿Cómo se piensa obtener la sostenibilidad fiscal (el equilibrio presupuestario)? ¿Por qué no se habla abiertamente de incurrir en déficit público para financiar gastos sociales destinados a los colectivos más desfavorecidos?.
En general, seguir confiando en el FMI y el Banco Mundial para superar una crisis que estos propios organismos han contribuido a gestar y a hacer más dura en los países empobrecidos es, utilizando el símil, como poner de bombero a quien hasta ahora a metido broza seca en todos los rincones de la economía mundial y ha mirado a otro lado cuando las chispas de la especulación lo han incendiado todo. Liquidemos estos organismos y creemos otros nuevos sobre las bases de la igualdad y la democracia de todos los pueblos del mundo. El nuevo orden mundial que hay que definir no debe basarse en los cimientos del actual, sino sobre sus cenizas.
Se sigue hablando de apoyar la innovación en los mercados financieros, y esto tiene mucho peligro. Si por algo se ha caracterizado todo el período de primacía neoliberal en la economía mundial ha sido por una innovación desbocada, llegando a extremos en los que se hace muy difícil de entender y gestionar productos financieros que están concebidos más para la especulación que para la financiación de la economía real. Poner coto a esta situación implica “frenar” dicho proceso de innovación y regular férreamente los tipos y características de dichos productos, para que todo el mundo sepa de qué estamos hablando.
Sobre la denuncia y supresión de los paraísos fiscales, nada o casi nada, a pesar de que son verdaderos instrumentos financieros al servicio de actividades delictivas de lo más variadas (evasión de impuestos, narcotráfico, contrabando de armas, tráfico de personas, terrorismo).
Para concluir, se afirma que las reformas que están por venir deben basarse en “el libre mercado, la propiedad privada, el comercio y las inversiones libres en mercados competitivos”. Y es que, esta contundencia dice a las claras el alcance y la profundidad de los cambios que se avecinan, es decir, maquillaje puro. Si partimos de que el libre mercado competitivo sólo existe en los manuales de Economía que se imparten (todavía) en las Facultades donde aprenden los/as economistas y gestores/as de empresas del futuro, lo que toca es acercarnos a la realidad, que es mucho más compleja en matices, y desenmascarar cómo las relaciones comerciales, inversiones productivas y/o especulativas y guerras “humanitarias y preventivas” están detrás de que cada vez haya una mayor parte de la humanidad sumida en la desesperación de la pobreza y la violencia. Por mucho que se empeñe el presidente saliente de USA en despedirse con un discurso propio de los laboratorios de ideas (think tank) neocón, el futuro debe abrir puertas a otras formas de organización social, política y económica.
Y respecto al papel de la Organización Mundial de Comercio (OMC), más de lo mismo. En vez de reconocer los efectos perversos de la liberalización comercial en muchos aspectos que tienen que ver con la satisfacción de las necesidades básicas, el deterioro ambiental del planeta y el empobrecimiento de amplias áreas marginales del mundo, se corre un tupido velo y se reafirma el compromiso para cerrar la ronda de negociaciones de Doha que quedó varada en la arena, entre otros motivos, por su cerrazón para no considerar el carácter prioritario del derecho a la alimentación (soberanía alimentaria) sobre aspectos instrumentales como la liberalización comercial. En materias que tocan a derechos humanos básicos, olvidémonos del mercado y garanticemos su cumplimiento mediante mecanismos públicos que operen con criterios de justicia.
En definitiva, otra ocasión perdida para hacer creíbles los Objetivos de Desarrollo del Milenio de Naciones Unidas, tanto en lo que toca al desmantelamiento de todo el marco institucional mundial que divide a la humanidad por un profundo abismo (que por el contrario, queda reforzado), como por su nula concreción en apoyos financieros para acelerar su consecución (al contrario de los inmediatos y desbordantes fondos que se han destinado en los últimos meses a impedir las pérdidas de las entidades financieras que han jugado en el casino financiero).
Hay una frase de la Declaración que no tiene desperdicio. Dice que el objetivo último de las reformas que están por venir es “lograr restablecer la estabilidad y la prosperidad en la economía mundial”, a la que habría que añadir la siguiente coletilla para que nadie se llame a engaño: “entendiendo como tales la estabilidad de la mayoría pobre como base para la prosperidad de minoría que se enriquece gracias a su poder militar y monetario”. La palabra restablecer no deja lugar a dudas: “volver a establecer algo o ponerlo en el estado que antes tenía”. No queda tan rimbombante como “refundar”, pero significa lo mismo.
En la Declaración Final se sigue planteando el objetivo de restaurar el crecimiento económico en los términos en que lo ha entendido el sistema capitalista durante el último siglo, supone no considerar como un problema el agotamiento de los recursos naturales y el aumento de los niveles de contaminación que están poniendo en peligro la continuidad de la vida sobre el planeta. Desarrollar conceptos emergentes como el “decrecimiento” y “la satisfacción austera de las necesidades básicas” nos permitiría a la vez conectar la conservación del medio ambiente con la reducción efectiva de la pobreza. Además, hablar sólo de reformas en los sistemas financieros mundiales, implica que se vuelvan a dejar tiradas en la cuneta reformas más urgentes si cabe, tales como los movimientos de personas (migraciones), el comercio internacional de alimentos (soberanía alimentaria) y la política energética (energías renovables).
Continua poniendo como guía los principios del mercado (suponemos que el libre, claro), ese que elimina obstáculos al comercio y la inversión, es seguir confiando en uno de los pilares básicos del neoliberalismo que ha conducido en los últimos 30 años a aumentar las desigualdades entre los diferentes pueblos de la Tierra y a aumentar los procesos de rapiña y expolio del Sur dirigidos desde los gobiernos y multinacionales del Norte. Ese no es el camino para la pretendida reducción de la pobreza.
No estaría mal que la Declaración hubiera sido algo más explícita cuando afirma que se han llevado a cabo “unas políticas macroeconómicas incoherentes e insuficientemente coordinadas y unas reformas estructurales inadecuadas que han llevado a unos resultados macroeconómicos insostenibles a escala global”. La cita entrecomillada es absolutamente demoledora y pone en cuestión todo el marco institucional y de política económica seguido en los últimos tiempos, y se deja ahí, como caída del cielo. Es como decir, “la crisis se debe a que hemos hecho todo mal”…y tan panchos.
Cuando se afirma que van a mantener los esfuerzos para estabilizar el sistema financiero, no estaría mal que se explicitara si con recursos públicos a fondo perdido o de acuerdo con el principio de “quien se equivoca” paga (desembolsa privadamente los costes, igual que en su día se embolsó los beneficios a título individual).
También se apela a la política monetaria para salir del atolladero. Quedando en el aire el matiz de si política monetaria contractiva (aumento del tipo de interés) para luchar contra la inflación y ahogar a las familias y a las PYMES; o la política monetaria expansiva (reducción del tipo de interés) para dar oxígeno a los agentes económicos más desprotegidos. En Europa, esta última política se ha comenzado a instrumentar con más de un año de retraso respecto al estallido de la crisis de las hipotecas subprime en Estados Unidos, favoreciendo así una crisis de la economía real de mayor profundidad.
Se afirma la conveniencia de recurrir a medidas fiscales para estimular las demandas internas en un marco político de sostenibilidad fiscal. Y eso no es otra cosa que la cuadratura del círculo. Por un lado, se propone la reducción de impuestos (sin señalar de dónde, para despistar más); por otro, aunque no se dice, será preciso un mayor gasto público para atender los subsidios de desempleo; y por último, la actividad económica retrocede por que ya se ha entrado en recesión (crecimiento económico negativo), con lo que los ingresos fiscales se reducirán aunque se mantuvieran los tipos impositivos. ¿Cómo se piensa obtener la sostenibilidad fiscal (el equilibrio presupuestario)? ¿Por qué no se habla abiertamente de incurrir en déficit público para financiar gastos sociales destinados a los colectivos más desfavorecidos?.
En general, seguir confiando en el FMI y el Banco Mundial para superar una crisis que estos propios organismos han contribuido a gestar y a hacer más dura en los países empobrecidos es, utilizando el símil, como poner de bombero a quien hasta ahora a metido broza seca en todos los rincones de la economía mundial y ha mirado a otro lado cuando las chispas de la especulación lo han incendiado todo. Liquidemos estos organismos y creemos otros nuevos sobre las bases de la igualdad y la democracia de todos los pueblos del mundo. El nuevo orden mundial que hay que definir no debe basarse en los cimientos del actual, sino sobre sus cenizas.
Se sigue hablando de apoyar la innovación en los mercados financieros, y esto tiene mucho peligro. Si por algo se ha caracterizado todo el período de primacía neoliberal en la economía mundial ha sido por una innovación desbocada, llegando a extremos en los que se hace muy difícil de entender y gestionar productos financieros que están concebidos más para la especulación que para la financiación de la economía real. Poner coto a esta situación implica “frenar” dicho proceso de innovación y regular férreamente los tipos y características de dichos productos, para que todo el mundo sepa de qué estamos hablando.
Sobre la denuncia y supresión de los paraísos fiscales, nada o casi nada, a pesar de que son verdaderos instrumentos financieros al servicio de actividades delictivas de lo más variadas (evasión de impuestos, narcotráfico, contrabando de armas, tráfico de personas, terrorismo).
Para concluir, se afirma que las reformas que están por venir deben basarse en “el libre mercado, la propiedad privada, el comercio y las inversiones libres en mercados competitivos”. Y es que, esta contundencia dice a las claras el alcance y la profundidad de los cambios que se avecinan, es decir, maquillaje puro. Si partimos de que el libre mercado competitivo sólo existe en los manuales de Economía que se imparten (todavía) en las Facultades donde aprenden los/as economistas y gestores/as de empresas del futuro, lo que toca es acercarnos a la realidad, que es mucho más compleja en matices, y desenmascarar cómo las relaciones comerciales, inversiones productivas y/o especulativas y guerras “humanitarias y preventivas” están detrás de que cada vez haya una mayor parte de la humanidad sumida en la desesperación de la pobreza y la violencia. Por mucho que se empeñe el presidente saliente de USA en despedirse con un discurso propio de los laboratorios de ideas (think tank) neocón, el futuro debe abrir puertas a otras formas de organización social, política y económica.
Y respecto al papel de la Organización Mundial de Comercio (OMC), más de lo mismo. En vez de reconocer los efectos perversos de la liberalización comercial en muchos aspectos que tienen que ver con la satisfacción de las necesidades básicas, el deterioro ambiental del planeta y el empobrecimiento de amplias áreas marginales del mundo, se corre un tupido velo y se reafirma el compromiso para cerrar la ronda de negociaciones de Doha que quedó varada en la arena, entre otros motivos, por su cerrazón para no considerar el carácter prioritario del derecho a la alimentación (soberanía alimentaria) sobre aspectos instrumentales como la liberalización comercial. En materias que tocan a derechos humanos básicos, olvidémonos del mercado y garanticemos su cumplimiento mediante mecanismos públicos que operen con criterios de justicia.
En definitiva, otra ocasión perdida para hacer creíbles los Objetivos de Desarrollo del Milenio de Naciones Unidas, tanto en lo que toca al desmantelamiento de todo el marco institucional mundial que divide a la humanidad por un profundo abismo (que por el contrario, queda reforzado), como por su nula concreción en apoyos financieros para acelerar su consecución (al contrario de los inmediatos y desbordantes fondos que se han destinado en los últimos meses a impedir las pérdidas de las entidades financieras que han jugado en el casino financiero).
Hay una frase de la Declaración que no tiene desperdicio. Dice que el objetivo último de las reformas que están por venir es “lograr restablecer la estabilidad y la prosperidad en la economía mundial”, a la que habría que añadir la siguiente coletilla para que nadie se llame a engaño: “entendiendo como tales la estabilidad de la mayoría pobre como base para la prosperidad de minoría que se enriquece gracias a su poder militar y monetario”. La palabra restablecer no deja lugar a dudas: “volver a establecer algo o ponerlo en el estado que antes tenía”. No queda tan rimbombante como “refundar”, pero significa lo mismo.
2 comentarios:
Es decir, tanta cumbre, tanta cumbre, ... y no han dicho nada nuevo y que solucione los problemas actuales, es decir, han puesto la punta de lanza para que muchos países no tomen medidas proteccionistas, diciendo que lo mejor que hay en el mundo es el mercado libre, esa especie de religión que nos promueven en las facultades de economia como si fueran catequesis(el mercado libre, la mano invisible, el famoso equilibrio entre oferta y demanda, como dirian los ingleses bolocks!)
bien, aprovecho tu blog para entender mejor unas conclusiones infumables, sin nada de fondo, ni reformas, ni control, ni ética, ni moral, ni solidaridad, ni paz, ni reducción de pobreza, parches aun sistema que no funciona,
no estoy decepcionado, simplemente no esperaba más de unos señores cuyos valores y objetivos estan totalmente en contra de las necesidades de los ciudadanos,
Euti
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