Podemos acercarnos a definir el actual
estado del capitalismo senil con la reflexión de Bertolt Brecht (1940 aprox.) sobre
las relaciones de dominación/sumisión entre pececillos, tiburones y hombres[1]
. Y claro, seguro que un deseo compartido por la mayor parte de la humanidad
sería el de tratar de alejarnos lo más posible de una situación así, de la que
sólo acertamos a hacernos una idea en términos literarios, o quién sabe si ya
estamos viviendo en ella.
Los tiempos que nos tocan vivir, no solo
los últimos cuatro años, sino los cinco siglos transcurridos desde el comienzo
de la Edad Moderna, han supuesto un auge continuado de las fórmulas de
organización social, política y económica vinculadas con un capitalismo
oligopolístico e imperialista.
Si enlazamos la letra “E” de “economía” y
“esperanza”, deberíamos poner al servicio de las personas una ciencia social
cuyo objetivo no debe ser otro que el de la satisfacción de las necesidades
básicas del conjunto de la humanidad con respeto a los derechos humanos y a los
derechos de la Naturaleza. Según la Real Academia Española, “esperanza” es el
“estado del ánimo en el cual se nos presenta como posible lo que deseamos”. Por
tanto, si la economía que ahora se estudia en las facultades y se pone en
práctica sobre el mundo real no nos permite hacer realidad nuestros deseos de
justicia y paz social PARA TODOS LOS PUEBLOS DE LA TIERRA, es que algo falla.
Desgraciadamente, la Unión Europea es uno más de los bloques regionales que en
alianza con el gran capital transnacional se reparten el mundo con criterios
mercantiles, imponiendo las reglas del juego a través de organismos
internacionales como el Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial
de Comercio y el Banco Mundial. Posiblemente a la mayoría de la ciudadanía de
Europa, la de la cuna de la democracia y los derechos humanos, le gustaría que
el proyecto de construcción europea tuviera una cara más amable hacia otros
pueblos de la Tierra, pero sin embargo, la tan socorrida frase de “la Europa de
los mercaderes frente a la Europa de los ciudadanos” tiene cada vez más
vigencia.
En 2011, justo cuando acababa de cumplir
los 90 años, el pensador francés Edgar Morin publicó La vía. Para el futuro de la humanidad. En este libro reflexiona
sobre los principales problemas a los que se enfrentan nuestras sociedades
imbuidas por la globalización, la occidentalización y el desarrollo.
En la introducción de este libro su autor
señala que “(…) los habitantes del mundo occidental u occidentalizado,
sufrimos, sin ser conscientes de ello, dos tipos de carencias cognitivas:
- la ceguera propia de un modo de
conocimiento que, al compartimentar los saberes, desintegra los problemas
fundamentales y globales que exigen un conocimiento interdisciplinar;
- el occidentalocentrismo, que nos coloca
en el trono de la racionalidad y nos da la ilusión de poseer lo universal.
Por lo tanto, no es sólo nuestra
ignorancia, también es nuestro conocimiento lo que nos ciega” (Morin,
2011,19-20).
“El crecimiento se concibe como el motor
evidente e infalible del desarrollo, y el desarrollo como el motor evidente e
infalible del crecimiento. Ambos términos son, a la vez, fin y medio el uno del
otro (…) En las condiciones de la globalización neoliberal (privatización de
los servicios públicos y de las empresas estatales, retroceso de las
actividades públicas en provecho de las actividades privadas, primacía de las
inversiones especulativas internacionales, desregularización generalizada), la
explosión de un capitalismo planetario sin frenos, desde la década de 1990, ha
amplificado todos los aspectos negativos del desarrollo. El aumento permanente
de las rentas del capital en detrimento de las del trabajo acrecienta
constantemente las desigualdades. El desarrollo, por lo tanto, ha aumentado el
número de trabajadores esclavizados en China, en India y en numerosas regiones
de América Latina. El abandono de la agricultura de subsistencia en aras de los
monocultivos industrializados para la exportación expulsa a los pequeños
campesinos o a los artesanos, que gozaban de una relativa autonomía al disponer
de sus policultivos o de sus herramientas de trabajo, y transforma su pobreza
en miseria en los bidonvilles de las megalópolis (…)
El desarrollo, que pretende ser una
solución, ignora que las propias sociedades occidentales están en crisis a
causa, precisamente, de ese desarrollo, que ha segregado un subdesarrollo
intelectual, físico y moral. Intelectual, porque la formación disciplinar que
recibimos los occidentales, al enseñarnos a disociarlo todo, nos ha hecho
perder la capacidad de relacionar las cosas y, por lo tanto, de pensar los
problemas fundamentales y globales. Físico, porque estamos dominados por una
lógica puramente económica, que no ve más perspectiva política que el
crecimiento y el desarrollo, y estamos abocados a considerarlo todo en términos
cuantitativos y materiales. Moral, porque el egocentrismo domina sobre la
solidaridad. Además, la hiperespecialización, el hiperindividualismo y la falta
de solidaridad desembocan en el malestar, incluso en el seno del confort
material” (Morin, 2011, 24-28).
En palabras de Walden Bello (2004,
137-138) “La desglobalización no implica dejar de lado la economía
internacional. Se trata más bien de encauzar las economías de modo que la
producción, en lugar de estar enfocada fundamentalmente a la exportación, se
oriente hacia el mercado local (…) Este enfoque, además, subordina
conscientemente la lógica del mercado, la búsqueda de la rentabilidad de los
costes, a valores como la seguridad, la equidad y la solidaridad social”.
Más adelante Bello (2004, 139) afirma que
“La desglobalización o la recuperación del poder local y nacional, sólo se
pueden conseguir dentro de un sistema alternativo para regir la economía global
(…) Hoy en día lo que hace falta no es otra institución global centralizada,
sino que el poder global esté menos centralizado, y se forme un sistema
pluralista de instituciones y organizaciones relacionadas entre sí, guiadas por
amplios y flexibles acuerdos”.
No es posible creernos que avanzamos
cuando la cuneta de nuestro camino está repleta de desposeídos, cuando la
inmensa mayoría de la humanidad no tiene posibilidades de abrir estelas hacia
una vida digna. Como señala Arnaud Montebourg (2011, 19), “El ciclo loco de la
globalización es un pozo sin fondo, una máquina desajustada cuyo carburante es
encontrar continuamente gente más pobre y más dócil”.
“La globalización no es un fenómeno que
afecte a un puñado de ejecutivos que hablan inglés y toman el avión cada tres
días; la globalización no es una burbuja con la cual la gente corriente no
tenga nada que ver. Al contrario, se ha convertido en el denominador común, en
lo que los une sin que ellos lo sepan, como una especie de cordón invisible y
fatal entre todos los trabajadores, sea cual sea su país y trabajen donde
trabajen en las economías del mundo” (Montebourg, 2011, 22-23).
La competencia y la competitividad lo
inunda todo, en cambio la cooperación entre iguales ha sido desterrada del
lenguaje político, “Porque, desde hace varias décadas, los Estados europeos,
compitiendo entre ellos y compitiendo con el resto del mundo, se han lanzado a
una carrera mundial a ver quién cobra menos impuestos, imitando a Estados
Unidos, que ya empezó con esta política en la década de 1980. Las reducciones
de impuestos y de cotizaciones sociales sobre los beneficios de las empresas,
sobre las grandes fortunas, sobre los patrimonios y las rentas más altas no han
hecho sino extenderse, en una carrera suicida por resultar más atractivos,
estimulada con arrogancia y vulgaridad por los paraísos fiscales, que los
Estados se guardarán muy mucho de desmantelar (…) En la competencia fiscal
desenfrenada que han iniciado los Estados del norte, no hay otra salida más que
la destrucción de la protección social y los servicios públicos, y el
incremento estructural de la deuda pública, con las medidas finales injustas
que eso conlleva” (Montebourg, 2011, 32-33).
Una característica del proceso de globalización de las últimas
décadas ha sido el fenómeno de la progresiva concentración de la renta a favor
del capital (beneficios) y en contra del trabajo (salarios). Además, dentro del
ámbito del capital, la concentración del poder y la plusvalía se ha alineado
con las empresas transnacionales y financieras en contra de las PYMES y las de
naturaleza productiva. Ello ha provocado que las desigualdades sociales y las
concentraciones de poder en el mundo se agudicen hasta extremos nunca antes
alcanzados en la historia de la humanidad.
De ahí que la desglobalización suponga
una “reacción a favor del trabajo y contra los dividendos, la reacción a favor
de la industria y contra las finanzas, la reacción a favor de la creación
contra las rentas” (Montebourg, 2011, 45). Y aquí es donde entraría en juego un
“proteccionismo de nuevo cuño”, que “no es un proteccionismo del miedo al otro,
sino un proteccionismo cooperativo, de la inteligencia y la generosidad, de la
mutación colectiva, un proteccionismo altruista y solidario porque organiza
concretamente el renacimiento o la construcción en cada uno de los países de un
mercado interior, de una agricultura y una industria fuertes (…) Es un
proteccionismo de desarrollo y emancipación, que garantiza a los pueblos el
derecho a decidir” (Montebourg, 2011, 46-47).
Para Walden Bello (2004), en el camino
hacia la desglobalización “Las decisiones económicas estratégicas no pueden
dejarse en manos del mercado ni de los tecnócratas. Todas las cuestiones
vitales –determinar qué industrias hay que desarrollar, cuáles conviene
abandonar progresivamente, qué parte del presupuesto del Estado hay que dedicar
a agricultura- deben por el contrario ser objeto de debates y decisiones
democráticas. El régimen de la propiedad debe evolucionar para convertirse en
una ‘economía mixta’ que incluya a las cooperativas y a las empresas privadas y
públicas pero que excluya a los grupos multinacionales. Las instituciones
mundiales centralizadas como el FMI o el Banco Mundial deben ser sustituidas
por instituciones regionales construidas no sobre la economía de mercado y la
movilidad de los capitales, sino sobre principios de cooperación”.
“Una estrategia de desglobalización para
la UE consistirá en establecer unas condiciones sanitarias, medioambientales y
sociales para la importación de los productos, haciendo respetar en primer
lugar unas normas fundamentales de la Organización Internacional del Trabajo,
que protegen a los trabajadores (…) Abriremos nuestros mercados como
contrapartida al respeto de dichas normas, o los cerraremos en el caso de que
no se observe progreso alguno” (Montebourg, 2011, 56-57).
“La desglobalización es, por último, un
programa para una Europa sin proyectos, zarandeada por las crisis económicas y
financieras, que no ve que el libre comercio y la competencia generalizada son
para ella el principio del fin. La autodestrucción de Europa está programada,
la desglobalización es su salvación. Pero ésta deberá pasar por Alemania”
(Montebourg, 2011, 62).
Durante los años del boom económico, el
PIB crecía a tasas elevadas en la mayor parte de los países de la UE, en la
misma línea que lo hacía la desigualdad social. Ahora, en plena recesión, el
crecimiento del PIB tiene tasas negativas, pero, para no variar, la desigualdad
sigue creciendo. Nos encontramos por tanto que la profundización del
capitalismo va de la mano del aumento de las desigualdades, tanto en períodos
de auge económico como de recesión. Por lo tanto, ¿qué esperanzas pueden tener
los miles de millones de personas que observan cómo los beneficios del
crecimiento pasan de largo y los costes de la recesión se ceban con ellas?.
La situación no puede ser más humillante,
dibujando un panorama propicio para el estallido de conflictos sociales. Guru
Huky (2013), basándose en datos de Shorrocks
et al. (2012), señala que “Uno se pregunta en qué años los historiadores
consideraron que salimos de la edad media, porque en cuanto a distribución de
riqueza, uno tiene la sensación que han pasado épocas y regímenes y todo sigue
más o menos igual”
“Cerca
de 3.184 millones de personas, o el 69,3% de la población mundial tienen una
riqueza por debajo de los 10.000 dólares, es decir, acumulan el 3,3% de la
riqueza del planeta (…) En lo alto de la pirámide, tenemos a la superélite, 29
millones de personas con una riqueza superior a 1 millón de dólares. Este 0,6%
de la población mundial, acumula el 39,3% de la riqueza” (Guru Huky
(2013).
La desigualdad extrema y descarnada que
muestran estos datos es otro motivo más para apoyar un proceso de
desglobalización, de la mano de potentes mecanismos redistributivos. Para
romper esta megaestructura que conduce a un mundo cada vez más desigual e
injusto, propicio para que el gran capital siga apropiándose de una parte
creciente de la renta y la riqueza, es preciso avanzar hacia un sistema
tecnológico adaptado a las peculiaridades y necesidades de los diferentes
territorios, “que rompa” con el mercado único en que se ha convertido el mundo,
donde TODO se compra y se vende. El nuevo modelo productivo debería incentivar
el uso de las tecnologías apropiadas (Reddy, 1979) definidas como “aquéllas que
satisfacen necesidades humanas básicas comenzando por los más necesitados a fin
de tender a una reducción de las desigualdades, tanto internas como externas;
que al mismo tiempo promueven la participación y el control social de tal
manera que refuercen los procesos de desarrollo autocentrado, evitando los de
acumulación o concentración de poder económico y político; y finalmente, como
aquellas ambientalmente racionales, en el sentido que están acordes con las
características del sistema natural y evitan su degradación.”
[1]
— Si los tiburones fueran hombres -preguntó al
señor K. la hija pequeña de su patrona- ¿se portarían mejor con los pececitos?
— Claro que sí -respondió el señor K.-. Si los
tiburones fueran hombres, harían construir en el mar cajas enormes para los
pececitos, con toda clase de alimentos en su interior, tanto plantas como
materias animales. Se preocuparían de que las cajas tuvieran siempre agua
fresca y adoptarían todo tipo de medidas sanitarias. Si, por ejemplo, un
pececito se lastimase una aleta, en seguida se la vendarían de modo que el
pececito no se les muriera prematuramente a los tiburones. Para que los
pececitos no se pusieran tristes habría, de cuando en cuando, grandes fiestas
acuáticas, pues los pececitos alegres tienen mejor sabor que los tristes.
También habría escuelas en el interior de las cajas. En esas escuelas se
enseñaría a los pececitos a entrar en las fauces de los tiburones. Estos
necesitarían tener nociones de geografías para mejor localizar a los grandes
tiburones, que andan por ahí holgazaneando.
Lo principal sería, naturalmente, la formación moral de
los pececitos. Se les enseñaría que no hay nada más grande ni más hermoso para
un pececito que sacrificarse con alegría; también se les enseñaría a tener fe
en los tiburones, y a creerles cuando les dijesen que ellos ya se ocupan de
forjarles un hermoso porvenir. Se les daría a entender que ese porvenir que se
les auguraba sólo estaría asegurado si aprendían a obedecer. Los pececillos
deberían guardarse bien de las bajas pasiones, así como de cualquier inclinación
materialista, egoísta o marxista. Si algún pececillo mostrase semejantes
tendencias, sus compañeros deberían comunicarlo inmediatamente a los tiburones.
Si los tiburones fueran hombres, se harían naturalmente
la guerra entre sí para conquistar cajas y pececillos ajenos. Además, cada
tiburón obligaría a sus propios pececillos a combatir en esas guerras. Cada
tiburón enseñaría a sus pececillos que entre ellos y los pececillos de otros
tiburones existe una enorme diferencia. Si bien todos los pececillos son mudos,
proclamarían, lo cierto es que callan en idiomas muy distintos y por eso jamás
logran entenderse. A cada pececillo que matase en una guerra a un par de
pececillos enemigos, de esos que callan en otro idioma, se les concedería una
medalla de varec y se le otorgaría además el título de héroe.
Si los tiburones fueran hombres, tendrían también su
arte. Habría hermosos cuadros en los que se representarían los dientes de los
tiburones en colores maravillosos, y sus fauces como puros jardines de recreo
en los que da gusto retozar. Los teatros del fondo del mar mostrarían a
heroicos pececillos entrando entusiasmados en las fauces de los tiburones, y la
música sería tan bella que, a sus sones, arrullados por los pensamientos más
deliciosos, como en un ensueño, los pececillos se precipitarían en tropel,
precedidos por la banda, dentro de esas fauces.
Habría asimismo una religión, si los tiburones fueran
hombres. Esa religión enseñaría que la verdadera vida comienza para los
pececillos en el estómago de los tiburones.
Además, si los tiburones fueran hombres, los pececillos
dejarían de ser todos iguales como lo son ahora. Algunos ocuparían ciertos
cargos, lo que los colocaría por encima de los demás. A aquellos pececillos que
fueran un poco más grandes se les permitiría incluso tragarse a los más
pequeños. Los tiburones verían esta práctica con agrado, pues les
proporcionaría mayores bocados. Los pececillos más gordos, que serían los que
ocupasen ciertos puestos, se encargarían de mantener el orden entre los demás
pececillos, y se harían maestros u oficiales, ingenieros especializados en la
construcción de cajas, etc. En una palabra: habría por fin en el mar una
cultura si los tiburones fueran hombres.
1 comentario:
Muchas gracias Goyo una vez mas por ilustrar tan claramente y con tan buena prosa los multiples "porques" de la situacion actual socio-economica-politica, o de dominacion-mafia-estado, en la que nos encontramos, ademas desde hace muuucho tiempo, antes incluso que hubieramos nacido muchos de los que ahora leemos o escribimos.
Se pueden escribir infinitas paginas de contestacion, de critica y analisis de lo que pasa. sobretdo cuando se esta a la REACCION a lo que nos van contando, haciendo, etc. Y todas se pueden resumir en "dinero".
Me parece mejor centrar energias e imaginacion en la actitud de ACCION, en crear nuevas realidades al margen de la que nos venden, a traves de la mass media a cambio de miedo, dominacion y consumo. Pasar totalmente, funcionando aparte de este sistema como el poder real constituyente que es la ciudadania. (siempre y cuando no se repliquen los mismos vicios que nos han llevado a donde estamos (coopina))
"Siempre ha habido hechos que se ocultan a la mayoría y también otros que se ofrecen a la vista de todos pero que nadie alcanza a entender. Gracias a eso continuáis vuestro camino en la creencia de que todo a vuestro alrededor es luz"
salud!
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