La mayor parte de los emigrantes
españoles que en los últimos años se están dispersando por todo el mundo, así
como los inmigrantes africanos que siguen saltando las vallas en Ceuta y
Melilla, están huyendo. Huyen de la escasez de oportunidades para poder desarrollar
un proyecto de vida digno. Y los extremos se tocan.
Lo que los jóvenes españoles no
encuentran aquí es empleo estable y de calidad, que a través de un salario
suficiente les permita seguir subidos al carrusel del trabajo, la producción y
el consumismo que definen nuestra sociedad.
Lo que los inmigrantes africanos
siguen buscando en Europa son los empleos precarios y duros, que hace unos años
ocupaban con casi exclusividad, y que ahora “comparten” con la población
autóctona.
Al final, la globalización (¿la
actual y última fase del capitalismo?), es encontrar a lo largo y ancho del
planeta gente cada vez más pobre que esté dispuesta a vender su fuerza de
trabajo a cambio de un salario de miseria.
Los emigrantes españoles y los
inmigrantes africanos son la cruz de una moneda trucada, a los que siempre les
toca morder el suelo. Aunque no sean conscientes, comparten estrechamente su
sino. En el lado opuesto, el gran capital salvaje, sangriento y especulativo,
es la cara (dura), siempre arriba, siempre pisoteando.
Las vidas ahogadas en la playa
del Tarajal de Ceuta y las vidas frustradas lejos de la tierra que nos vio
nacer son el resultado de un capitalismo basado en la esclavitud de las
personas y la rapiña destructiva de la naturaleza, que expulsa a pueblos
enteros de sus tierras, y/o los condena a la dependencia. Cuando las personas y
la naturaleza son simples mercancías, termina la vida y comienza la
supervivencia (Jefe Indio Seattle dixit).
Jean Ziegler, relator de la ONU
para el derecho a la alimentación, lo decía muy claro hace un tiempo: “A los
países (pueblos) pobres, no hay que ayudarles: ¡hay que dejar de robarles!”. Si
desde el opulento norte además nos dedicásemos a desmontar este abismo de
desigualdad y violencia estructural, así como a apostar por lo comunitario y lo
pegado al territorio, las personas no buscarían en tierra extraña lo que tienen
aquí al lado.
Gregorio, lo podrías decir más fuerte, pero no más claro...
ResponderEliminarSuscribo desde el hocico al rabo.