El próximo jueves 9 de noviembre de
2017 participaré en la mesa redonda “¿Son posibles las energías renovables en
el presente marco regulatorio?” dentro del “Congreso sobre el derecho de las
energías renovables y el regadío. Agua y electricidad verde” que se celebrará
en Albacete los próximos 9 y 10 de noviembre de 2017. El título de mi ponencia
es “Límites e impactos ambientales de las energías renovables en el regadío: el
caso de Castilla-La Mancha”.
La
actual agricultura intensiva ligada al agronegocio cabe calificarla como una
actividad extractivista, con un elevado impacto ambiental y social. El
Instituto Universitario de Estudios de América Latina (2017) de la Universidad
de Sevilla define el extractivismo como:
“(…) el conjunto de actividades económicas
directamente apoyadas en la explotación y apropiación de recursos naturales y
su comercialización como materias primas (minerales y petróleo) o productos
primarios (agricultura intensiva). Las operaciones para la obtención de estos
productos, caracterizados por su escaso grado de elaboración y su orientación
exportadora, implica la utilización y degradación a gran escala del patrimonio
natural de los territorios en los que el modelo se localiza, generándose
importantes repercusiones e impactos sociales, ambientales y territoriales”.
Pudiera pensarse que los fenómenos extractivistas
tienen lugar exclusivamente mediante la apropiación de recursos del Sur por
parte del Norte global. No es así. Todo Norte tiene su Sur, incluso dentro de
las fronteras de las propias economías desarrolladas. En el caso que nos ocupa,
las políticas de regadío que afectan a la comunidad autónoma de Castilla-La
Mancha, tanto las que han tenido lugar en las últimas décadas, las que ocurren
en la actualidad, así como las que se pretenden llevar a cabo, van a
comprometer el futuro de este territorio.
Castilla-La Mancha, en el centro de
la mitad sur peninsular, alberga las cuencas altas de importantes ríos, tales
como el Tajo y el Guadiana de la vertiente atlántica, el Júcar y el Segura de
la mediterránea. Los lugares donde se desarrollaron los primeros regadíos fueron
aquellos cercanos a corrientes permanentes de agua, donde más fácil era llevar
a cabo pequeñas obras como azudes, acequias y norias movidas por la propia
corriente de los ríos, para aportar agua a las tierras ribereñas. En Castilla-La
Mancha existen regadíos históricos con aguas superficiales en las cuencas alta
y media del Tajo y del Júcar, así como en las cuencas altas del Guadiana y del
Segura. No obstante, en demasiados casos estos sistemas han experimentado
deterioro y regresión de la mano de la pérdida de población y del abandono de
la agricultura tradicional que ha tenido lugar en estos espacios rurales.
Igualmente, allí donde las aguas
subterráneas estaban relativamente someras, desde antiguo se pusieron en marcha
sistemas de elevación a la superficie mediante norias de tracción animal u
otros artilugios manuales. En zonas de llanura castellano-manchegas, muchos
pueblos contaban con huertas cercanas a la población que regaban a partir de
pozos y permitían asegurar el abastecimiento en cercanía de productos
hortícolas, además de diversificar la actividad agraria.
Si bien importantes recursos de agua
superficial de Castilla-La Mancha, y los subterráneos de la cuenca alta del
Segura a través de los pozos de sequía se trasvasan a otros territorios, los abundantes
recursos de agua subterránea de las cuencas del Guadiana y del Júcar son objeto
de sobreexplotación por parte de la agricultura de regadío intensiva de la
propia región. En un caso y en otro, se produce un fenómeno extractivista de
gran magnitud, utilizando recursos de agua muy por encima de sus niveles
renovables, con la consiguiente hipoteca que ello implica sobre el futuro de esta
región.
Que
detrás del cambio climático se encuentre la combustión a gran escala de hidrocarburos
no significa que la sustitución de éstos por sistemas energéticos renovables
vaya a resolver los problemas energéticos de la humanidad.
Las
limitaciones a la generación de energías renovables deben hacernos caer en la
cuenta de que las mismas no pueden sustituir completamente a las energías
convencionales que utilizamos masivamente en la actualidad. Toca hacer frente a
una transición del modelo energético actual y del modelo de producción y
consumo asociado al mismo, en el horizonte de una sociedad y una economía mucho
menos intensiva en el uso de energía. Para determinar qué usos van a disponer
de garantía de suministro hay que abordar un proceso de planificación basado en
la información y la participación de la ciudadanía. No hacerlo podría llevarnos
a prácticas de darwinismo social regidas por los conflictos en el marco de un
colapso civilizatorio acelerado.
Las
energías renovables del futuro deben dedicarse fundamentalmente a aquellos usos
de mayor interés social que en breve plazo ya no van a poder ser abastecidos
por las energías convencionales no renovables, en rápida tendencia hacia el
agotamiento. En este marco de decisión caracterizado por la escasez apremiante
de recursos para satisfacer necesidades humanas básicas (alimentación, vivienda,
salud, educación, seguridad), tendremos que convenir cuáles de ellas van a
contar con suministros energéticos y de materiales con carácter preferente.
Los
avances en sistemas de generación eléctrica renovable, para instalaciones
aisladas en el campo, van de la mano de precios cada vez más bajos y de mayor
simplicidad en su manejo, de tal forma que cualquier persona con una mínima
formación puede hacerlos funcionar. La energía que generan se aporta
directamente a la electrobomba (bombeo solar directo), y no precisan de
baterías que acumulen la energía producida, abaratando sustancialmente su
precio, facilitando así un aumento de las extracciones de agua subterránea.
En
los últimos años se está produciendo en Castilla-La Mancha un boom en la
expansión de cultivos leñosos como la viña, el almendro, el olivar y los
pistachos. En muchos casos, las nuevas plantaciones o las reconversiones de las
existentes, se están transformando en regadío, a pesar de tratarse de cultivos
que tradicionalmente se han realizado en tierras de secano, adaptados
perfectamente a las condiciones naturales del territorio.
Entre
2002 y 2016 los cultivos de leñosos más importantes en Castilla-La Mancha, el
viñedo, el olivar, el almendro y el pistacho, tradicionalmente cultivados en
secano, han experimentado una intensa transformación hacia sistemas de regadío.
Agrupando
las superficies de los cuatro principales cultivos leñosos de Castilla-La
Mancha, en su conjunto permanece casi constante entre 2002 y 2016 (baja la de
viñedo y sube la de olivar, almendro y pistacho). No obstante, en términos
cualitativos es preciso señalar la reducción del cultivo en secano en favor del
cultivo en regadío, casi en el mismo orden de magnitud (unas 100.000 ha). La
superficie de regadío de estos cultivos en 2002 era de 195.299 ha (19% del
total), mientras que en 2016 ha sido de 293.019 ha (29,5% del total).
La actividad agraria en su conjunto, y el regadío en
particular, deberían tener presente las nuevas realidades globales que nos
instan a desarrollar el principio de la soberanía alimentaria como derecho de
todos los pueblos de la Tierra a producir en cercanía sus propios alimentos,
evitando la dependencia de las importaciones procedentes de mercados
internacionales controlados por grandes empresas multinacionales y por fondos
financieros de carácter especulativo. Mercados que imponen transportes de miles
de kilómetros a los alimentos de una parte importante de la humanidad, y que en
el contexto del actual agotamiento energético son absolutamente insostenibles,
corriendo el riesgo de ser cada vez más inestables y especulativos.
En el ámbito de la soberanía alimentaria de las
comunidades rurales, las energías renovables aplicadas al regadío deben
gestionarse de acuerdo con criterios de interés general, para producir
alimentos de calidad con destino a su consumo preferente en el seno de dichas
comunidades. La garantía del suministro de los mismos no debería dejarse en
manos de las grandes empresas del agronegocio y de la distribución comercial,
sino que debería articularse desde las propias comunidades.
Las energías renovables que hagan posible el regadío
del futuro no deberían utilizarse para seguir dando oxígeno a una agricultura
intensiva que pudiera acarrear daños ambientales y sociales del mismo calado
que el actual regadío con energías convencionales.
Si las tecnologías de energías renovables aplicadas
al regadío siguen avanzando hacia la mejora de la eficiencia económica y
energética, de tal manera que a través de las mismas pueda llevarse a cabo un
uso creciente de las aguas subterráneas, se corre el riesgo de alcanzar un
mayor deterioro de los ecosistemas ligados al agua. La tecnología, sin un adecuado
control social, nos adentra en mayores problemas en lo que toca al
cuidado de la vida.
1 comentario:
Todo modelo energético que no priorice el ahorro y la eficiencia está condenado al fracaso. Las energías basadas en fuentes renovables son mejores que las basadas en fuentes fósiles, qué duda cabe, pero dependen también de recursos finitos y contaminan.
Muy interesante tu ponencia y muy interesante que por aquí se hagan actos como en el que vas a participar.
Que vaya bien.
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