jueves, 3 de septiembre de 2015

AGUA Y SOL: ESCLAVITUD Y MUERTE

6 de agosto de 2015. 40 grados centígrados a la sombra. 14,45 horas. Gran finca de regadío cercana al puente del Júcar sobre la carretera nacional 322. Medio centenar de personas de origen subsahariano recolectan cebollas. Otra decena más apuran sus bocadillos bajo la sombra de dos pinos piñoneros, prestos para incorporarse a la tarea.
Este es el destino de muchas personas inmigrantes que llegan a Europa.
A otras muchas, en su camino, las ahogamos en el mar o las asfixiamos en contenedores.
A muchas más todavía las esclavizamos directamente en sus países de origen produciendo los artículos que abarrotan los estantes de vidas vacías en el Norte.
Y como colofón de la desvergüenza, vendemos armas para que donde antes había paz ahora haya muertos cuya vida valía menos que la bala que se la segaba.
Transitamos por la infamia cuando la cuneta de nuestro camino está repleta de desposeídos, de un reguero de muerte y desolación. Cuando la inmensa mayoría de la humanidad no tiene posibilidades de abrir estelas hacia una vida digna. Como señala Arnaud Montebourg (2011) en su libro ¡Votad la desglobalización!, “El ciclo loco de la globalización es un pozo sin fondo, una máquina desajustada cuyo carburante es encontrar continuamente gente más pobre y más dócil”.
En casa y en la escuela, en el pueblo y en la ciudad, nos hemos dejado invadir por un capitalismo inhumano, por un motor de generación de desigualdades aberrantes que como lubricante utiliza sangre humana.
Todos/as alimentamos esta globalización asesina. O nos bajamos de ella y comenzamos a construir nuevas formas de vida amables con todas las expresiones de la vida, o no deberemos lamentar tanta muerte e injusticia, tan sólo asumir que son la consecuencia criminal de nuestro propio modo de vida.

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