martes, 28 de octubre de 2014

CONTRA LA CORRUPCIÓN, DEMOCRACIA DIRECTA

Hasta aquí tenía la percepción de que la corrupción era la excepción en el ámbito de las administraciones públicas. Creía que la mayor parte de los/as ministros/as, consejeros/as autonómicos, diputados/as provinciales, regionales y nacionales, concejales/as y alcaldes/as de Ayuntamientos eran buena gente, preocupados por el interés general, que no buscaban el lucro personal a través del desempeño de su tarea.
Confieso que en los últimos tiempos esta creencia se me ha venido abajo. Y aunque sigo creyendo en la honestidad de muchas personas que desde la base se dedican a gestionar los asuntos públicos, pienso que este sistema está absolutamente podrido, más cuanto más nos acercamos a la cúspide de la pirámide del poder político y económico. Por ello, ya no nos sirve. Urge, y mucho, acometer su radical sustitución para que lo público (sustento de la dignidad de los más desfavorecidos) no sólo se mantenga en pie, sino que se revitalice para hacer frente a este desmontaje controlado del que está siendo objeto en los últimos lustros.
No hay más remedio que apostar por la democracia directa, que abra las ventanas de par en par de esta cueva de trapicheos y sinvergonzonería en que se ha convertido el día a día de muchas instituciones públicas. No me valen ya ni comisiones (parlamentarias, municipales, de contratación, de investigación), ni consejos (de ministros, de gobierno, de administración), ni plenos,…A grandes males, grandes remedios. Donde hasta ahora no ha habido luz, toca sacar las decisiones a las plazas de nuestros pueblos y ciudades, donde participemos todos/as, presencial o virtualmente, sobre todos los asuntos públicos. Y claro que se puede. Y no inventamos nada nuevo.
Los concejos abiertos son los herederos de la mejor tradición municipalista de España, donde el máximo órgano de decisión era la asamblea de todos los/as vecinos/as del pueblo. Todavía hoy funciona así en los pequeños municipios y en las entidades de ámbito inferior al municipio. Y con los correspondientes ajustes, pero sin traicionar a su espíritu de democracia directa, sería una buena base para que todos los niveles del estado apostaran por una verdadera democracia, sin intermediarios ni mangantes de por medio. Insisto, tanto en nuestros pueblos y ciudades, COMO EN COMUNIDADES AUTÓNOMAS Y GOBIERNO CENTRAL, administraciones éstas últimas que se han regido fundamentalmente por organigramas jerárquicos de tipo piramidal, propicios, claro está, para hacer y deshacer a su antojo, sin consultar a la gente, con la excusa de que se trata de decisiones complejas técnicamente, con el verdadero objetivo de hurtar el debate a la gente y así tomar decisiones que favorecen los intereses privados de determinados grupos de presión.
Pronto llegarán procesos electorales que afectarán a municipios, comunidades autónomas y gobierno central. Sólo aquellas opciones políticas que apuesten por un nuevo sistema de democracia directa radical en todos los niveles del estado merecerán la confianza del voto de aquellos/as ciudadanos/as que desean recuperar la ilusión por la política, sabiendo, claro, que ello va absolutamente de la mano de su implicación directa y sin intermediarios en todos los asuntos públicos. Esa es la tarea de los nuevos gobiernos que necesita este país: bajar del pedestal en que sus predecesores estaban encaramados, destruirlo y mezclarse entre la gente a ras de tierra, para enterarse de lo que pasa, para conocer sus sueños….para caminar juntos/as, sin miedo a nada.

jueves, 16 de octubre de 2014

TRABAJO DECENTE VS NECESIDADES ILIMITADAS

Coincidiendo con la Jornada Mundial por un Trabajo Decente, la gente de CC.OO de Albacete me invitó a participar como miembro de ATTAC en la mesa redonda “Por un trabajo decente: empleo, salario, protección social y derechos”. Fue el pasado martes 14 de octubre en el Ateneo de Albacete.
Siempre que tengo que profundizar sobre algún tema, intento averiguar qué pensaron a lo largo de la historia otros pueblos y/o autores/as que lo abordaron antes que nosotros/as. Y es que, los problemas a los que se enfrentan nuestras sociedades hoy, en esencia, no difieren mucho de los que preocupaban a nuestros antepasados hace 10.000 años.
Resolver hoy nuestras necesidades básicas de alimentación, vivienda, seguridad y afecto, pasa fundamentalmente por la venta de nuestro tiempo y habilidades en el mercado de trabajo, conseguir un salario a cambio y acudir al mercado de bienes y servicios a satisfacer nuestras necesidades mediante el intercambio monetario. Hoy, cuando nos referimos al trabajo decente, lo hacemos a una serie de condiciones que debieran darse en el mercado de trabajo para que las personas que participan en el mismo puedan desarrollarse plenamente en los ámbitos personal y social. Pero claro, el concepto de desarrollo personal y social pleno va a estar íntimamente relacionado con el marco cultural y económico de la sociedad en que nos insertamos, oscilando entre sociedades inmersas en la globalización de la competitividad, el individualismo y el consumismo (donde todo es una mercancía), y sociedades basadas en la cooperación, lo comunitario y la sobriedad (donde el mercado es un instrumento, no el fin último).
Sin ningún ánimo exhaustivo creo interesante reflexionar sobre algunos aspectos que ayuden a acercarnos al concepto de trabajo decente con espíritu crítico y reflexivo.
Marshall Sahlins (1974), en su libro Economía de la edad de piedra (Akal, Madrid) señala que los medios técnicos de que disponían las “sociedades primitivas” les permitían cubrir con mucha más holgura sus fines de lo que ocurre en las sociedades “tecnológicas” de hoy día. En las sociedades primitivas las actividades relacionadas con la subsistencia ocupaban un tiempo muy inferior a la jornada laboral actual. Primera reflexión: el trabajo decente es aquél que avanza en la reducción de la jornada laboral, y en el aumento del tiempo de ocio para actividades creativas y relacionales.
José Manuel Naredo (1996), autor del libro Raíces económicas del deterioro ecológico y social (Siglo XXI, Madrid) apunta algunas ideas interesantes sobre lo que denomina “la mitología del trabajo”. Afirma que en las sociedades cazadoras y recolectoras no existía el afán de acumular riquezas o excedentes que se observa en la nuestra: los stocks de riquezas estaban en la naturaleza y no tenía sentido acumularlos, ni era posible acarrearlos. Los procesos de acumulación a toda costa de renta y riqueza en nuestras sociedades, aumentan la desigualdad y son incompatibles con la justicia social. Segunda reflexión: el trabajo decente debe de ir de la mano de un salario mínimo suficiente, de una renta básica universal y de topes estrictos a las retribuciones máximas así como a la acumulación de la riqueza.
Apunta Naredo (1996) que en la Grecia clásica no había acumulación de fortunas. Las familias más ricas no tenían más de 50 esclavos. Se daba una proporción de 3 esclavos por cada persona libre, que permitía a éstas escapar de las tareas serviles y del “reino de la necesidad”. En nuestra sociedad utilizamos una energía equivalente a más de 40 esclavos mecánicos per cápita, y cada vez estamos más empeñados en realizar un trabajo dependiente. Tercera reflexión: el trabajo decente no puede ser un trabajo esclavo, entendiendo como tal aquél que cada vez absorbe más a las personas, forzadas por necesidades y no les deja decidir libremente sobre su propia vida.
El propio origen de la palabra trabajo es indecente, ya que procede de tripalium, un artilugio de tortura al que se ataba a los esclavos o malhechores. Para Naredo (1996) es una constante en la Antigüedad el desprecio por las tareas dependientes y forzadas por la necesidad a cambio de una contrapartida utilitaria. El cristianismo también desprecia el trabajo, lo asocia a un castigo fruto de una maldición bíblica, a la vez que propugnaba el desapego a los bienes terrenales. Estos planteamientos se plasmaron en el progresivo aumento de las fiestas religiosas, que llegaron a ocupar la mitad de los días del año (180 días). Cuarta reflexión: el trabajo dependiente es indecente por naturaleza, al obligarnos a someternos y a vendernos a los demás. A lo más que podemos aspirar es a suavizar las condiciones que rigen dicho sometimiento.
Naredo (1996) también hace énfasis en el cambio de actitud frente a las innovaciones ahorradoras de trabajo, entre la antigüedad y la modernidad. Antípater de Tesalónica cantaba a los nuevos molinos de agua que sustituían los duros trabajos de molienda realizados al alba por las mujeres, manualmente con mazos y cuencos: “Dejad de moler, ¡oh! Vosotras, mujeres que os esforzáis en el molino; dormid hasta más tarde, aunque los cantos de los gallos anuncien el alba. Pues Deméter [Diosa griega de la agricultura] ordenó a las ninfas que hagan la tarea de vuestras manos y ellas, saltando a lo alto de la rueda, hacen girar su eje, que con sus rayos mueve las pesadas y cóncavas muelas de Nisiria. Gustemos nuevamente de la vida primitiva aprendiendo a regalarnos con los productos de Deméter sin esfuerzo”.
En cambio, Adam Smith (1776), en La riqueza de las naciones, frente a las ventajas de la división del trabajo no se congratula del ahorro de trabajo asociado a la división de tareas para obtener una misma cantidad de producto final, sino del “considerable aumento que un mismo número de manos puede producir en la cantidad de obra”. Es decir, los inventos ahorradores de trabajo, en vez de aprovecharse para liberar a las personas de tareas penosas sin merma de sus posibilidades de vida, reduciendo el calendario laboral a la mínima expresión posible, han servido para aumentar el producto y para acentuar la dicotomía entre trabajo y paro. Quinta reflexión: es la tarea más urgente ahora, mientras se reducen las elevadísimas tasas de paro que tienen muchos países, avanzar en el reparto del trabajo, para que trabajen todos/as, con una jornada menor y que incluso en los casos donde exista una retribución suficientemente holgada, pueda suponer una reducción salarial. Así se paliarían las gravísimas consecuencias sociales de un mercado de trabajo segmentado que excluye de la condición de ciudadanos/as a una parte importante de la población: una minoría con un trabajo de calidad, una amplia mayoría con trabajos precarios, temporales o sencillamente en situación de desempleo permanente.
Karl Marx (1844) en sus “Manuscritos económico-filosóficos” (1962, FCE, México), escritos 23 años antes que El Capital,  señala que “El trabajador, al no participar en la dirección del trabajo, al ser empleado como parte de las máquinas a las que sirve, se transforma en una cosa por su dependencia del capital (…) toda la servidumbre humana está implícita en la relación del trabajador con la producción y todos los tipos de servidumbre sólo son modificaciones o consecuencias de esta relación”. En el capitalismo “todo hombre especula con la creación de una nueva necesidad en otro para obligarlo a hacer un nuevo sacrificio, para colocarlo en una nueva dependencia y atraerlo a un nuevo tipo de placer y, por tanto, a la ruina económica”. Sexta reflexión: los seres humanos somos presa de las relaciones de producción y consumo, que imponen sus servidumbres y marcan los estrechos márgenes (indecentes, claro) donde se pueden mover las relaciones entre el capital y el trabajo. Si no rompemos la dependencia que hoy día tenemos respecto a multitud de bienes y servicios absolutamente superfluos, seguiremos estando en una situación de vulnerabilidad, y por tanto, seremos presa fácil del trabajo indecente….el trabajo propio de esta era de la globalización, donde los seres humanos no son el fin, sino un simple medio al servicio del gran capital.
Los/as trabajadores/as del mundo están en guerra abierta unos/as contra otros/as, por ofrecer sus servicios a cualquier salario. Porque en la globalización siempre es posible encontrar a alguien más pobre que acepte las condiciones de explotación y sumisión que se le ofrecen.

miércoles, 8 de octubre de 2014

SI TODO LO MEDIMOS EN DINERO, NO NOS ENTERAMOS DE LA VIDA LA MITAD

 
No acostumbro en este blog a pegar ni a compartir reflexiones de otras personas. Hoy hago una excepción para poner un breve artículo del economista mexicano Alejandro Nadal, con quien tuve ocasión de tratar mientras coordiné el Consejo Científico de ATTAC España. Un excelente maestro en el ámbito de la macroeconomía, una persona con sensibilidad social y ecológica, crítico de esa economía convencional al servicio del gran capital que todavía hoy se sigue explicando como un dogma en la mayor parte de las facultades de economía y empresa.

En este artículo introduce una serie de puntos de vista esclarecedores al hilo de los crímenes de los estudiantes rurales de Ayotzinapa (México), de la izquierda oficial y de un neoliberalismo económico salvaje y asesino al que hemos dejado que lo impregne todo.
 
Neoliberalismo en Ayotzinapa
Alejandro Nadal La Jornada  8-10-2014 (México)

Los crímenes en contra de los estudiantes normalistas rurales de Ayotzinapa tienen la huella de un modelo económico en el que los jóvenes campesinos y su cultura son redundantes. Es decir, no hay lugar para los jóvenes campesinos que aspiran a una vida digna y en libertad. La juventud de Ayotzinapa se ha rebelado y los poderes establecidos han respondido.

En realidad, más que un modelo económico (con su mezcla absurda de políticas económicas) deberíamos hablar de un estilo de vida en el que la solidaridad es despreciable. La razón es que bajo el neoliberalismo se lleva al extremo la idea de que la sociedad es un apéndice del mercado y que las relaciones mercantiles son la esencia de la naturaleza humana. En Ayotzinapa los jóvenes han manifestado su rechazo a esta forma de deshumanización.

En el neoliberalismo encontramos lo que Polanyi describe con claridad: en lugar de que las relaciones de mercado estén incrustadas en un marco de relaciones sociales, son las relaciones sociales las que se encuentran subordinadas al predominio de las leyes del mercado. Llevado todo esto al extremo en el neoliberalismo el resultado es que todas las instituciones sociales terminan siendo moldeadas para adaptarse a las necesidades del mercado.

Aquí encontramos el problema central de nuestro tiempo. En su lucha, los jóvenes de Ayotzinapa pugnan por mantener una escuela normal rural abierta. Es un instrumento de vida y de cambio social. Los gobiernos estatales y federal, así como la cúpula empresarial, han buscado por todos los medios satanizar y castigar a los estudiantes. Les parece que ceder en lo que piden los jóvenes es demasiado peligroso para su idea de orden social.

Y es que en el neoliberalismo, el sentido de la moral y la justicia debe reducirse al lenguaje de los contratos de negocios. El signo monetario de las ganancias y las pérdidas es lo único que importa. El mercado y el capital subordinan todo a su lógica, y los poderes no pueden permitir que alguien se atreva a desafiar ese orden de cosas. En Ayotzinapa los estudiantes han rechazado un mundo en el que la dignidad se mide en dinero.

El neoliberalismo lleva hasta sus últimas consecuencias la noción de que la sociedad no existe, como tampoco existen las clases sociales. Lo único que existe es un conglomerado de individuos, todos ellos egoístas: en ese conglomerado la ética de la solidaridad se reemplaza por la práctica del egoísmo en la perpetua búsqueda del triunfo personal. Y como el único y máximo espacio de interacción entre individuos es el mercado, las relaciones humanas son tasadas en términos monetarios y todo lo que no sea dinero es secundario o irrelevante.

Se dice sin cesar por los que alaban este sistema que en él los individuos son libres porque el Estado no restringe su conducta. Pero la realidad es que la libertad termina por irse a la basura en un mundo en el que lo único que importa es lo que puede ser cuantificado en dinero. O como dice Jack Nicholson en un diálogo del clásico film Easy Rider, es difícil ser libre cuando uno es comprado y vendido en el mercado.

Los estudiantes de Ayotzinapa saben todo esto y buscan una opción distinta. Desde el poder primero les impusieron la violencia del mercado y criminalizaron su protesta, pero los estudiantes no se rindieron. Hoy el poder les envía un proyecto de intimidación por el terror. Los estudiantes tampoco se han doblegado. La tensión y el peligro aumentan porque el poder no perdona esta afrenta.

La izquierda institucional lleva años entregada a los pactos y a la lógica de conseguir votos como fin supremo. Por eso es hoy copartícipe de este crimen. Es más, si algo ha demostrado la izquierda oficial es que no tiene ningún interés de promover la construcción de caminos de resistencia. Tampoco está interesada en abrir nuevos espacios de cultura, educación y reflexión que permitan a las clases oprimidas defenderse de la embestida neoliberal.

El desempeño de la izquierda oficial ha dejado una secuela de confusión sobre metas e instrumentos de lucha. Al final del día encontramos una buena dosis de desmoralización y de desmovilización. Es de esperarse que las luchas puntuales, como la de Ayotzinapa, se convertirán en puntos focales de reorganización política. Pero por el momento, no es exagerado afirmar que la izquierda institucional dejó al pueblo de México en un estado de indefensión frente a la agresión desde los poderes establecidos. Es trágico, pero lo que hoy existe como izquierda oficial en sus diversos tonos ha mostrado una vez más su incapacidad para recuperar la iniciativa y para abrir alternativas eficaces para la batalla política.

La lucha de los estudiantes normalistas de Ayotzinapa tiene una historia y es la de todos nosotros. Es la lucha por convertirnos en actores de nuestra propia historia. Y eso es lo que el terror y la militarización de la represión en su contra busca quitarles. Por eso el asalto del que han sido víctimas es una agresión contra todos nosotros. Eso es lo que configura un crimen de Estado. ¡Vivos se los llevaron y vivos los queremos!

http://www.jornada.unam.mx/2014/10/08/opinion/030a1eco